El
Tribunal Supremo brasileño denegó días pasados el habeas corpus, a Luiz Inácio Lula da Silva. Una votación ajustada
de seis votos contra cinco que ha determinado finalmente el ingreso en prisión
de quien fuera presidente de Brasil entre 2003 y 1010. Con Lula se completa la
defenestración de lo que fueron las presidencias vinculadas al Partido de los
Trabajadores, dado que quien le sucedió en el cargo, Dilma Roussef, fue
destituida por el Senado en 2016.
La
decisión sobre Lula está siendo muy polémica en un doble sentido. La primera,
porque se ha vulnerado su derecho de defensa, desde el momento en que sus
abogados no han podido agotar todos los recursos contemplados en la justicia brasileña.
En segundo lugar existe una inconsistencia en las acusaciones, sin que se haya
podido demostrar la materialidad concreta de la acusación de corrupción pasiva.
Todo esto está conllevando, a juicio de la defensa y bastantes juristas a concluir
que se está llevando a cabo un claro abuso de poder. Así mismo, dada la
gravedad, su caso se ha llevado ante el Comité de Derechos Humanos de la ONU.
A
todo esto hay que añadir un hecho nada desdeñable, como es la denuncia de que
se está utilizando perversamente por parte del juez Moro y la fiscalía a determinados
medios de comunicación. Desde el primer momento se ha dicho que se están llevando
a cabo filtraciones de informaciones no contrastadas y con acusaciones
infundadas.
Entramos
así en una situación que va más allá de lo propiamente judicial. En los dos
casos, de Lula y Dilma, se han tomado unas medidas drásticas bajo graves
acusaciones relacionadas con la corrupción. A Dilma se le responsabilizó de la
manipulación de cuentas fiscales y de haber firmado decretos económicos sin que
los aprobara el Congreso. Unas acusaciones que sólo tuvieron como soporte efectivo
la decisión de un Senado controlado por los partidos de la derecha, que votaron
en bloque por la destitución. Curiosamente quien le sucedió en el cargo fue
Michel Temer, vicepresidente hasta ese momento y dirigente del derechista PMDB,
pero coaligado en el gobierno con el PT ya desde la presidencia de Lula. Una
persona y un partido que también están bajo las sospechas de corrupción, pero
sobre los cuales parece que existe bula.
Sobre
Lula las acusaciones partieron desde medios judiciales, en primer lugar del
juez Sergio Moro, que ya hace dos años ordenó su arresto domiciliario bajo la
acusación de haber recibido sobornos millonarios de la empresa Petrobras y la constructora
OAS, y haber blanqueado dicho dinero. La sentencia posterior de un tribunal regional
de justicia ratificó las acusaciones, condenando a Lula a 12 años de cárcel, eso
sí, dentro de la categoría difusa de corrupción pasiva
Lula
es una persona muy popular en Brasil. Su extracción humilde y su trayectoria lucha
sindical, llevada a cabo sobre todo durante los años de la dictadura militar, hicieron
de él un héroe en amplios sectores de la sociedad brasileña. En la actualidad,
después de que anunciara su candidatura a la presidencia del país, se encuentra
a la cabeza de las preferencias, a distancia de sus seguidores. Quizás eso es
lo que ha hecho que se haya intensificado la toma de medidas o emisión de
declaraciones contra él desde distintos ámbitos. Uno, el de la judicatura, que, como hemos visto, ha acabado
condenándolo. Otro ámbito son los medios de comunicación, controlados en su
mayoría por los poderes económicos y los grupos conservadores, que no han
cesado de lanzar feroces campañas contra él y hasta emitido programas de
ficción vinculándolo con el mundo del narcotráfico. Y no han faltado altos
mandos militares, que, a través del comandante en jefe, el general Eduardo Villas
Boas, han lanzado una advertencia sibilina: “[el ejército] comparte el anhelo
de todos los ciudadanos de bien del repudio a la impunidad y del respeto a la
Constitución, a la paz social y a la democracia, así como se mantiene atento a
sus misiones institucionales”.
No
ha sido la primera vez que me he referido en este cuaderno a la situación
brasileña. En todos los casos he intentado poner de relieve el significado de
los gobiernos habidos en Brasil desde que en 2003 Lula accediera a la
presidencia del país, sus logros, tanto internos como internacionales, y sus
contradicciones (entre otras entradas están las de 23-06-2013, 13-10-2014 y
26-10-2014). Hace dos años publiqué “Brasil y Lula, en la encrucijada de América Latina”, donde abundaba sobre el momento
en que Lula y Dilma, respectivamente, estaban en pleno acoso judicial y parlamentario,
con el aderezo de las campañas mediáticas. Destituida al poco tiempo la
segunda, del primero se ha decidido ahora inhabilitarlo de por vida.
Lo
ocurrido estos días, con un Lula guarnecido en la sede de su sindicato y
apoyado por decenas de miles de personas, no ha dejado de ser un acto
simbólico. Me atrevo a decir que, en primer lugar, ha querido mostrar, agotando
hasta el último momento el plazo dado por el juez Moro, cuáles son sus orígenes
sociales y de qué es expresión. Y también, en segundo lugar, al acabar entrando
en prisión, ha querido dar a entender que respeta la decisión a la espera de que
en un futuro pueda resolverse su caso a su favor y de esa manera dejar
constancia que la vulneración de las leyes o el abuso en su aplicación parte de
quienes se llenan la boca a la hora de mencionarlas. Incluso por parte de esos
jefes militares, herederos de la dictadura, que ahora claman por su cumplimiento.
Brasil está viviendo un momento importante. Se ha puesto de manifiesto que desde los poderes económicos, los medios conservadores y el imperio no se va a permitir transigir con vías autónomas a sus intereses. Entre los primeros, aun cuando sólo hayan tenido que ceder parte de sus beneficios para redistribuirlos entre los sectores sociales más desfavorecidos, que son muy amplios. Entre los segundos, porque no permiten que el país sea gobernado por nadie más que no sean la oligarquía, las familias de rancio abolengo o los estratos intermedios que sólo miran para arriba, olvidando a quienes están abajo. Y desde el imperio, porque quiere recuperar el poder perdido desde que a finales del siglo pasado la Venezuela liderada por Hugo Chávez iniciara para el continente latinoamericano un periodo de gobiernos independientes.
Lo que ocurra con Lula marcará en gran medida el futuro de su país y también de América Latina. ¿Hasta cuándo estará en prisión?