jueves, 12 de abril de 2018

John Sommerfield, Voluntario en España

Me regaló hace unos días mi hermano Seve, miembro de la Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales, un nuevo libro, esta vez del brigadista británico John Sommerfield. Voluntario en España, publicado en 1937 (y reeditado en 2102 por Amaru, Salamanca), es un libro de memorias donde narra las vivencias de los dos meses, entre octubre y diciembre de 1936, que estuvo en nuestro país combatiendo en la defensa de Madrid durante la primera envestida fascista contra la capital. 

Consta de dos partes: un texto introductorio de Daniel Pastor García, traductor y preparador de la edición, y la propia obra de Sommerfield. La primera tiene el interés de llevarnos al autor tanto a través de su trayectoria vital y literaria como al análisis de las memorias en que refleja su corta, pero interesante, estancia es España. Miembro del Partido Comunista Británico, sus escritos tenían como objetivo coadyuvar a la causa de la clase obrera. Aunque circunscrito a un ámbito limitado, algunos de sus libros tuvieron éxito, como la novela Primero de mayo, publicada en el mismo 1936. 


La obra que nos ocupa tiene un doble interés. Uno, coincidente con lo realizado por otros brigadistas, que han querido dejar constancia escrita para su recuerdo de lo que significó ser combatientes en un país extranjero, imbuidos por la corriente de solidaridad internacional surgida cuando la IIª República española sufrió el ataque del fascismo. El otro interés se encuentra en la forma de hacerlo, con ribetes literarios que hacen que su lectura vaya más allá del testimonio personal. Y es que Sommerfield ya era un escritor iniciado, con cierto éxito, en el mundo de la novela social. Se denota por ello un texto cuidado, con un estilo donde las expresiones que utiliza tienen un vocabulario rico, giros creativos y a veces, pese a la realidad cruel, hasta lirismo. 


El relato comienza con estas palabras: "El ritmo abrumador de los engranajes del motor que marcaban sonoramente el paso de las millas inglesas había sonado de nuevo en el estruendo de turbinas y las sacudidas de la embarcación" (p. 73). En las primeras páginas describe cómo fue seleccionado para ir a combatir a España -consecuencia de la labor de su amigo John Cornford, a quien dedica el libro-, su paso por Francia (primero, París y luego, Marsella) y su llegada al puerto de Alicante. Tras una breve estancia en Albacete capital, que fue el cuartel general de las Brigadas Internacionales, y en el pueblo de La Roda, marchó directamente al frente de Madrid. Ante la escasez de brigadistas británicos en ese momento, que no pudieron formar un batallón propio, tuvieron que hacerlo con otro mixto, con mayor presencia de franceses. Participó en los intensos combates habidos en Vallecas y la Casa de Campo, y finalmente, en la propia Ciudad Universitaria, hasta que, sin recordar él mismo cómo, acabó evacuado, víctima de una neumonía que estuvo a punto de acabar con su vida. 


Fueron días de violencia en medio de un frío intenso y lluvia, desprovisto, como sus compañeros, de ropa adecuada para soportar esa situación: "Estaban empapados, tiritando, totalmente exhaustos y se acurrucaban unos con otros para buscar calor en desaliñados grupos" (p. 138).


Más que un relato de vivencias personales, busca que lo sea de vivencias colectivas. Lo hace coherente con sus propias convicciones, como comunista, y de su concepción de la literatura, basada en personajes que representen grupos humanos. 


Resulta crudo cuando describe lo que ve, sin pretender idealizar situaciones concretas: "La nuestra no era una entrada triunfal; éramos una última y desesperada oportunidad" (p. 148); "Estudié las caras de mis camaradas y vi que no reflejaban el miedo a la muerte, sino el miedo a no tener miedo". Aunque parece emocionalmente frío, incluso ante la muerte, evitando exaltar el heroísmo de sus compañeros, no lo es realmente cuando narra la de su amigo Freddie: "Fui incapaz de imaginarle muerto. Había supuesto que él sobreviviría a esta guerra. Era temerario y no se preocupaba mucho por su propia vida; era uno de los que simplemente no se mueren".  


Consciente de las razones que le llevaron a España, expuso el trasfondo social del conflicto en varias ocasiones, como durante su breve estancia en la casa abandonada de un terrateniente: "La cama era enorme, rodeada de cortinas, recargada. Sobre el cabecero colgaba la foto de un hombre y una mujer, vestidos como en el año 1910 más o menos; eran evidentemente los dueños de la casa. Miraban fijamente desde el marco dorado con una expresión crispada pero con sonrisa de complicidad, con una mirada de gente próspera, corriente, estúpida, con ojos ufanos. Representaban al tipo de gente contra la que estábamos luchando" (p. 187).


Testigo de un episodio donde un compañero dispara a un perro delgado que está lamiendo los sesos desparramados del cuerpo de un soldado fascista muerto, escribió lo siguiente: "La lluvia seguía, el agua salía a borbotones de la cañería rota, los edificios altos tenían abiertas las herida. Desde el cadáver que yacía en la cuneta, el agua se llevaba la sangre y los sesos, mezclándolos con los del perro muerto" (p. 212). Una descripción de esa guerra y, por extensión, de todas las guerras (p. 213). 


Aunque en la "Nota final" nos dice que ha "intentado escribir sobre la rutina diaria en la guerra y no sobre el heroísmo" (p. 214), en el fondo, como ya he indicado antes, no es así. Quizás la expresión más certera de su presencia en España sea cuando dice que "no fuimos a España en busca de aventuras románticas, sino para ayudar a ganar la guerra" (p. 214). Y si esto último ya es de por sí duro, no lo es menos que la violencia instalada en esos años, en pleno paroxismo del fascismo, alcanzara niveles inusitados. Por eso advierte que quienes murieron en ayuda de la república española "Representan algo que no se puede matar y sus muertes sólo habrán sido en vano si abandonamos la lucha por la que ellos murieron" (p. 215).


Y como Luis Cernuda escribiera en 1961 en el poema "1936", dedicado al viejo brigadista encontrado en California, 

Gracias, compañero, gracias 
por el ejemplo. Gracias porque me dices 
que el hombre es noble. 
Nada importa que tan pocos lo sean: 
uno, uno tan sólo basta
como testigo irrefutable
de toda la nobleza humana.