De nuevo, en Portugal. Y de nuevo, en las tierras del Alentejo. En este pequeño rincón europeo donde aún se mantiene el eco del 25 de abril y lo que en los primeros momentos supuso. Tierra de latifundios, quienes los trabajaban vieron cómo parte de ellos pasaron a sus manos. Un lugar donde la voz de quienes laboran cada día se deja sentir para intentar construir un mundo más humano. Estoy morando esta vez en la capital de la zona alta, en Évora. Después de 14 años me he
reencontrado con esta pequeña joya de la arquitectura, donde lo romano,
lo medieval y lo contemporáneo se mezclan en una bonita trama de calles,
edificios y restos arqueológicos por donde transitan gentes propias y gentes de otras partes. Y en su corazón, un templo de origen romano, situado en la parte alta de la ciudad. Erguido sobre un poderoso podio del que salen sus columnas corintias para elevarse hacia el cielo. Iluminado cada noche para dejar constancia que, aun en la oscuridad, su resplandor ayuda a mantener vivo un pasado lejano y la esperanza de que todo pueda hacerse a la medida de las gentes.