Mariano Rajoy se sintió ayer ganador de su comparecencia en el Congreso. Y es que sigue disponiendo de una ventaja enorme. Se aprovecha con sorna y chulería de lo que tiene alrededor. De Ciudadanos, como ariete en su sostenimiento. Del PSOE, enfangado en la contradicción. De Podemos, todavía incrédulo por la pérdida del tirón electoral que se creyó hace un par de años. De IU, desorientada ante un panorama que le supera. De los grupos nacionalistas catalanes, pendientes de su apuesta política. De PNV, Coalición Canaria y Nueva Canarias, felices por sus logros presupuestarios. De EH-Bildu, por su estancamiento.
El PP sigue manteniendo un apoyo electoral en nada desdeñable. Suficiente para sentirse legitimado por ser el más votado. Astuto ante la oportunidad que le está brindando el atentado yihadista. Consciente de ver que lo que ocurra en Cataluña le servirá para seguir alimentándose en la mayoría del resto de comunidades. Sonriente de las cosquillas que le provocan las críticas de Ciudadanos. Sabedor que el PSOE sigue limitado por la existencia de dos almas que, en última instancia, acaban dándole su apoyo. Seguro con unos medios de comunicación dominantes, con mentiras incluidas, diferenciados entre quienes lo apoyan en todo y quienes, criticándolo en algunas cosas, lo apoyan en lo fundamental. Y feliz ante una sociedad desmovilizada, que en general actúa como si no pasara nada.