martes, 15 de agosto de 2017

Basilio Martín Patino: heterodoxo, atrevido y libre

He sentido cierta predilección por el cine de Basilio Martín Patino (Lumbrales, Salamanca, 1930), muerto hace un par de días en Madrid. No he visto todas sus películas, pero sí las posiblemente más interesantes. Que sus raíces las tenga en Salamanca, reflejada con frecuencia en sus películas, puede haber contribuido, pero no ha sido lo más importante. Me ha parecido siempre un autor original, heterodoxo en sus formas y muy atrevido en sus contenidos. 

Influenciado por el neorrealismo italiano en Nueve cartas a Berta (1966), supo meternos la España vencida en España fascista, ñoña y pacata. Haciendo uso de imágenes de archivo de la Filmoteca Nacional, creó mediante el método del montaje una trilogía, no sé si inigualable, con sus Canciones para después de una guerra (1971), Queridísimos verdugos (1973) y Caudillo (1974). En pleno tardofranquismo, que todavía se atrevió a prohibirlas, quiso sacar a la luz imágenes que nos habían secuestrado para borrar el recuerdo. Volvió al tema del exilio en Los paraísos perdidos (1985), en una rememoración entre lo que fue y lo que parecía ser, y el esfuerzo por abrir un nuevo camino. Fue innovador en La seducción del caos (1991), donde intuyó las posibilidades del vídeo naciente y engarzó una historia de la gran confusión que hoy nos invade entre la realidad real y la transmitida a través de los medios audiovisuales. Me quedé entre sorprendido y fascinado con su Casas Viejas, dentro de su serie Andalucía: un siglo de fascinación, donde recrea lo ocurrido en esa localidad gaditana en 1933 a través de una ficción que parece puro documental. Recuerdo todavía el coloquio donde participó en Canal Sur cuando se proyectó y mi sorpresa por descubrir que se trataba de una película de ficción, donde, según sus palabras, buscó fundir dos tradiciones: la del documentalismo anglosajón y el realismo socialista soviético. Con motivo de que Salamanca fuera elegida Ciudad Europea de la Cultura en 2002, hizo Octavia, para mí una especie de testamento vital consigo mismo y sus raíces.


Miembro de una familia fuertemente anclada en los valores católicos de la Castilla profunda -su hermano José María ha ido un reputado personaje de la alta jerarquía y su hermana ha sido religiosa-, pronto se fue despojando de ellos para ir adquiriendo un camino propio. Su formación universitaria le ayudó a dotarse de un conocimiento que después, elegida la senda del mundo del cine, fue introduciendo en sus obras. Con apenas 25 años fue uno de los artífices de las conocidas como Conversaciones de Salamanca, donde se reunieron cineastas (directores, guionistas, productores...) que, en parte al margen del régimen, trazaron las coordenadas que diferenciaban el cine oficial de lo que ya estaba siendo otro, diferente, con autores cono Luis García Berlanga o José Antonio Bardem, al que después de incorporaría el propio Martín Patino. A los dos últimos  se les ha atribuido una descripción del cine del momento, lapidaria a más no poder: "El cine español vive aislado; aislado no sólo del mundo, sino de nuestra propia realidad. Cuando el cine de todos los países concentra su interés en los problemas que la realidad plantea cada día, sirviendo así a una esencial misión de testimonio, el cine español continúa cultivando tópicos conocidos (…). El problema del cine español es que (…) no es ese testigo que nuestro tiempo exige a toda creación humana".


Supe de su regreso a las cámaras en pleno movimiento 15-M, que tuvo como fruto el documental Libre te quiero (2012), un título inspirado en los versos de Agustín García Calvo, pero que aún no he visto. He sabido también estos días de su vinculación al movimiento anarquista y de su contribución a la refundación de la CNT, lo que quizás explique su cine, sus pretensiones, su estilo tan poco encasillable, su heterodoxia, su actitud tan libre.