El grupo parlamentario del PSOE en el Congreso votó hace unos días a favor de la iniciativa de Izquierda Plural/Izquierda Unida que proponía suprimir los aspectos del artículo 135 de la Constitución por los que se prioriza el pago de la deuda exterior. El apoyo de su secretario general, Pedro Sánchez, facilitó que le siguiera el conjunto de su grupo parlamentario. Hemos sabido después que hay miembros del partido que hubieran preferido otra postura. Es el caso del diputado y exministro de Trabajo Valeriano Gómez, que ha declarado que hubiera preferido abstenerse; o del propio José Luis Rodríguez Zapatero, que contestó ante los medios de comunicación con una sonrisa. Pedro Sánchez, por su parte, ha matizado en varias ocasiones que la postura de su partido supone garantizar el mantenimiento del gasto social (educación, sanidad y seguridad social), sin dejar de poner en duda el que se tenga que pagar la deuda, sea o no ilegítima.
Sin entrar ahora en interpretar estas últimas palabras, lo que resulta evidente es que en la dirección del PSOE se está dando un giro político. No se sabe todavía en qué grado y con qué apoyos reales. Sánchez ha reconocido que lo hecho en 2011 con el PP fue un error. Él mismo votó, como casi la totalidad de su grupo, la reforma del artículo 131, incluso con asesoramiento al anterior jefe de gobierno. ¿Por qué ese distanciamiento de la decisión de hace tres años? Resulta evidente que, en primer lugar, supone distanciarse del gobierno y del PP. Desde el verano y hasta hace unas semanas Sánchez ha estado hablando de que su partido representa la izquierda y la moderación, como queriendo acercarse al electorado de centro. Parece que buscaba competir en ese espacio con el PP y con otros grupos, como UPyD y Ciudadanos, o los nacionalistas conservadores de CiU, PNV o CC. El cambio de postura reciente sobre el 135 supone un guiño hacia su izquierda, quizás precisamente por la enorme fuga de votos que está sufriendo a tenor de lo que dicen los sondeos electorales.
Lo que parece que es una evidencia es que se está dando un escoramiento de la sociedad hacia la izquierda. Con Podemos como principal opción, cierto, pero no sólo. La izquierda en España tradicionalmente ha sido muy diversa y sigue siéndolo. Está IU, de la que no debe menospreciarse ni su presencia ni su influencia, aunque ahora esté presionada por el empuje de Podemos. Su papel en las próximas elecciones (en las municipales, en mayor medida, y autonómicas) y los movimientos que haga hacia la convergencia con otros grupos de izquierda y movimientos sociales puede traer sorpresas. Están también otros grupos de ámbito estatal, como Equo, y en mayor medida, dentro de sus ámbitos respectivos, están los grupos de izquierda nacionalista.
Se está diciendo estos días que Pedro Sánchez está perdiendo apoyos en su partido. Se habla de Susana Díaz, su principal valedora e las primarias, descontenta con su postura sobre Cataluña, que considera demasiado condescendiente con el nacionalismo. Parece claro que la presidenta de la Junta de Andalucía actúa en clave electoral: no desviar el anticatalanismo hacia el PP. Sánchez ha perdido también los apoyos de la vieja guardia, con Felipe González y Alfonso Guerra a la cabeza, que todavía piensan sobre una realidad ya pasada. También está perdiendo los apoyos en el zapaterismo. La sonrisa del propio Zapatero y las declaraciones de Gómez, que además acaba de dejar el acta de diputado, son más que síntomas de ello. No se sabe cómo respiran los órganos de dirección del partido. ¿Qué le queda, pues, a Sánchez? Quizás ahí es donde se ve en la obligación de buscar un camino propio, algo parecido a lo que en su día hizo Zapatero. No muy distinto de su herencia, pero lo suficientemente medido para que por la izquierda se acepte, al menos, como mal menor. ¡Cuánta gente votó a Zapatero en 2004 y 2008 con ese argumento, acompañado de la utilidad, el de frenar a la derecha...!
El problema para Sánchez es que la situación ha cambiado y mucho. Los dos partidos principales del sistema están siendo puestos en entredicho. El malestar está muy extendido y es creciente. Las medidas económicas de los gobiernos del PSOE y el PP desde 2009 están haciendo mucho daño. La corrupción está haciendo soltar las costuras del sistema, siendo vista cada vez más como endémica y, por otros sectores, como sistémica. El consenso del 78 está en horas bajas, con nuevas generaciones que no participaron del mismo y están viendo cómo su presente es muy duro y sus perspectivas de futura son muy negras
¿Es oportunismo o necesidad lo que ha hecho el grupo parlamentario del PSOE? Lo veremos. Pero de momento existe mucho miedo en el seno del sistema. El bipartidismo está en quiebra y mucha gente, cada vez más, no sólo está cansada, sino que quiere cambiar las reglas del juego para que no haya ventajistas.