Está presente estos días en los medios de comunicación el documento "Un proyecto económico para la gente", elaborado por Vicenç Navarro y Juan Torres para su discusión en Podemos. Sin entrar en que buena parte de las propuestas las lleva defendiendo IU desde hace tiempo, voy a utilizar su propuesta de una semana laboral de 35 horas como excusa para esta entrada.
Hace 16 años IU lanzó ya a la sociedad la propuesta atrevida de la semana laboral de 35 horas. Tuvo su punto culminante en la recogida de 500.000 firmas con el fin de presentar una iniciativa legislativa popular en el Congreso, para lo que contó con el apoyo de varios sindicatos, como CGT, SOC o USO. Pese a que el número fue superado con holgura, dicha iniciativa fue rechazada al año siguiente para su tramitación por la mayoría de PP, PSOE y CiU, que ni siquiera permitieron que se discutiera en la cámara legislativa. Eran los tiempos en que desde el PSOE y sus medios afines, en especial los del grupo PRISA, se había lanzado la campaña mentirosa y alevosa contra IU de la famosa pinza. Cuando se demonizó a Julio Anguita, por entonces coordinador federal IU. Cuando se utilizó en grado máximo a la corriente interna Nueva izquierda -con Diego López Garrido y Cristina Almeida al frente-, presentada como un espíritu renovador, pero que no hacía más que defender los postulados de Maastricht. También cuando UGT y CCOO se negaron a apoyarla, con una dirección de CCOO (con Antonio Gutiérrez de secretario general) entregada al pactismo con el gobierno del PP, el PSOE y Maastricht. Gutiérrez, Garrido y Almeida acabarían en el PSOE y como diputados los dos primeros.
Coincidiendo con la celebración del 1 de mayo de 1998 dedicamos en el número de abril del boletín Ciudadano de Barbate, de la asamblea local de IU de Barbate, un apartado especial para enriquecer el debate. El artista Luis Valverde Luna, compañero y amigo, hizo su contribución con una obra de arte: una pintura sobre tela, a modo de mural, con el lema "menos horas, para trabajar tod@s", donde aparece la imagen de un obrero atacado, pero firme en su postura.
Aquí dejo el artículo que escribí. Las referencias que se hacen del momento, con personajes y situaciones ya pasadas, hay que procurar contextualizarlas, pero en lo fundamental creo que el contenido sigue teniendo actualidad. Puede que haya pasado mucho tiempo, pero nunca es tarde si la dicha es buena.
Pedir la semana laboral de 35 horas no es un imposible ni un
privilegio
En días pasados tuve la ocasión de
hablar con un familiar, quien había
encontrado un trabajo durante un mes en el que se le había exigido la
titulación universitaria correspondiente y cuyas condiciones consistían en una
jornada de 12 horas, ningún día de descanso a la semana, y ochenta y tres mil
pesetas de sueldo. Habrá quien se sorprenda de semejante situación, adjetivando
el caso como de una explotación descarada. Puede que algún incrédulo lo
considere una exageración o simplemente crea que se está mintiendo. En números
pasados dedicamos algún espacio de este boletín al conocido como "Informe
Petras", donde este sociólogo norteamericano hacía una disección y
análisis de la situación sociolaboral de nuestro país desde la llegada del PSOE
al gobierno del estado. En el prólogo de su informe
(Ajoblanco, verano 1996) nos cita
algunos ejemplos concretos (como el de
una monitora de aerobic que trabajaba 50 horas a la semana por 60.000 pesetas,
un licenciado en Historia que vendía vídeos por 70.000 pesetas trabajando 48 horas
a la semana o una chica que ensobraba 10 horas diarias por 1.000 pesetas) que
no difieren mucho del que he puesto al principio. Podríamos seguir poniendo
ejemplos o invitar a cada persona a mirar a su alrededor, donde encontrará
casos similares. Tienen todos en común que reflejan un hecho que, no por
dramático, es menos rotundo y esclarecedor: "para la nueva generación
(...) no hay prácticamente empleos estables, la mayoría son eventuales, sin
porvenir y mal pagados".
Pero en la constatación que James
Petras hacía de la nueva realidad para esta generación que emerge en el mercado
laboral, lo que más le llamaba la atención era el signo inverso que había
cobrado dicha realidad: lejos de suponer una mejora con respecto de la
generación anterior (es decir, la de sus padres) se está dando un retroceso,
hasta el punto que "la generación actual está viviendo de la prosperidad
del ayer de sus padres". Ya casi al final del informe se puede leer:
"aunque la calidad de vida de los jóvenes trabajadores era mejor que la de
sus padres mientras estaban creciendo, las perspectivas de futuro son mucho más
negativas".
Se trata, en definitiva, de un
territorio laboral de contratos basura, economía sumergida o contratos
indefinidos con despido libre, todo un elenco de formas contractuales legales o
paralegales que dicta el neoliberalismo reinante, tan en boga en los últimos
años, desde que los gobiernos de la señora Thatcher en Gran Bretaña (1979) y el
señor Reagan en EE.UU. (1981) iniciaran su cruzada contra los costos elevados
del Estado de Bienestar que, decían, tantos gastos ocasionaba a los erarios
públicos. Era el grito de los sectores sociales más adinerados que querían
poner fin al pago de altos impuestos que mantenían a lo que llamaban vagos
(léase, parados) y a lo que también llamaban dictadura de los sindicatos, que
con sus huelgas forzaban elevados salarios y arruinaban al empresariado. Los
esfuerzos que realizaron fueron dignos de elogio por su tesón, hasta el punto
que la señora Thatcher, a la que no gratuitamente se le apodó con el nombre de "la
dama de hierro", acabó con la combatividad de los sindicatos y prolongó su
mandato y el de su partido durante casi dos décadas. Hoy, su sucesor, el
laborista Blair, gobierna gracias a las concesiones hechas a costa de la
tradición de su partido para no poner en entredicho el modelo económico que
construyera la
Thatcher. Tanto en EE.UU. y Gran Bretaña como en cualquiera
de los países más o menos desarrollados, que en seguida imitaron sus políticas
económicas (lo mismo da los partidos socialistas o similares que los liberales
o democratacristianos) se ha impuesto una nueva realidad. La caída de los
regímenes políticos del este de Europa ha acelerado el proceso y ha permitido
que aumente el número de países que se unen a ese modelo.
España no se ha quedado atrás,
sobre todo desde que los sucesivos gobiernos presididos por Felipe González
iniciaron ese proceso de "modernización" de la economía española
(expresado en cierres de empresas, privatizaciones, reformas laborales y de
pensiones, etc.) que nos ha llevado a la
plena integración en el mundo de los países ricos, pero con enormes costos
sociales que, si bien a corto plazo se perciben en gran medida
individualizados, a largo plazo nos permitirán contemplar con más claridad la
dimensión de los cambios. James Petras nos recuerda que "el fenómeno ya no
se limita a la clase obrera o a los jóvenes. Cada vez más la clase media, los
profesionales y los técnicos cualificados, incluyendo a individuos de mediana
edad, se ven afectados por la 'reducción de tamaño' de las empresas y la
subcontratación. El trabajo eventual afecta cada vez más a los empleados de
clase media". Y un poco más adelante añade: "lo que está pasando en
España es tal vez un espejo de lo que podríamos esperar en otros países en el futuro".
Ahora que nos aproximamos al día 1
de mayo, cuando se celebra la fiesta de la clase obrera, no estaría de más que
recordáramos sus orígenes. La demanda de la jornada de 8 horas fue la
reivindicación que permitió aunar tantas voluntades entre las gentes asalariadas
que salían a la calle a afirmarse como pertenecientes a una clase olvidada,
pero orgullosa por querer un mundo mejor. En la reclamación de la jornada de 8
horas que las sociedades obreras de Madrid hicieron en 1891 al gobierno con
motivo del 1 de mayo decían que "ni
los trabajadores piden un imposible, ni menos aún un privilegio". Algo
parecido ocurre en nuestros días con la reivindicación de la semana laboral de
35 horas. Utilizando los argumentos de esos hombres de 1891, "aumentando
de año en año la riqueza nacional, siendo la potencia productiva cada vez
mayor, nada más racional ni más justo que de esos beneficios llegue una pequeña
cantidad a los que tienen perfecto derecho a mucho más". Palabras de gran
actualidad pese al siglo que las separa de nuestros días, posiblemente porque
ese anhelo de un mundo mejor, donde una de las claves se encuentra en el
reparto de la riqueza, todavía queda lejos. Pedir las 35 horas es una forma de
repartir, aunque le pese a quienes más tienen.
(Abril de 1998)
(Fotografía: pintura sobre tela de Luis Valverde Luna)