En la primera vuelta de las elecciones presidenciales brasileñas tres candidaturas acapararon el 97% de los votos. La de Dilma Rousseff, actual presidenta, del Partido de los Trabajadores, que ha obtenido el 41,6% de los sufragios. La de Marina Silva, de la alianza entre el Partido Socialista y Red de Sostenibilidad, que con el 21,3% ha quedado relegada al tercer lugar, pese a haber llegado a liderar los sondeos en alguna ocasión. Y la de Aécio Neves, del Partido de la Socialdemocracia, que ha sorprendido en la recta final de la campaña al alcanzar el 33,8%. Vistas así las cosas, una persona profana en la política brasileña podría creer que sólo han existido las opciones de izquierda en el gigante sudamericano. Pero no es así.
El PT lleva ocupando la presidencia desde 2002 -ocho de ellos con Lula da Silva- y ha tenido que gobernar a través de coaliciones y pactos de legislatura con un grado variable de complejidad, lo que le ha llevado a implementar políticas en gran medida contradictorias. Su gestión no se ha salido de las reglas económicas del sistema y ha proseguido dentro del modelo desarrollista, lo que ha conllevado una escasa sensibilidad medioambiental y una fuerte dependencia de las exportaciones de recursos naturales. Polémica está siendo la forma como se ha sumado a la organización de eventos deportivos internacionales (mundial de fútbol 2014 y juegos olímpicos 2016), con una elevada dosis de derroche en recursos financieros, de entreguismo a la "mafia" deportiva y de especulación urbanística. La corrupción ha estado en todo momento presente en todos estos años, alcanzando a numerosos cargos del PT. A su favor ha aumentado considerablemente el gasto público con un carácter redistributivo de las rentas, lo que se ha concretado en el establecimiento de un salario mínimo, mayores inversiones en educación y sanidad, o un desempleo por debajo del 5%. A ello hay que unir una política exterior distante de los intereses de EEUU, favorable a la integración latinoamericana y protagonista de la formación del BRICS con los otros grandes países emergentes. Estas contradicciones han generado descontento en diversos sectores sociales, desde los más populares -y en especial el campesinado pobre, anhelante de una reforma agraria que no acaba de llegar- hasta los más adinerados, pasando por unas clases medias en expansión, especialmente en las edades más jóvenes, que en buena medida se han dejado ver en las protestas llevadas a cabo durante la celebración del mundial. En todo caso Rousseff y el PT siguen siendo la opción preferida por los sectores populares de Brasil.
Marina Silva ha disputado durante bastante tiempo el puesto a Rousseff, aunque finalmente se vio superada por el tercer candidato en discordia. Fue durante mucho tiempo dirigente del PT y llegó a ser ministra de Medio Ambiente con Lula da Silva. Su salida del PT la llevó al Partido Verde, por el que obtuvo casi el 20% de los votos en las presidenciales de 2010. Finalmente fue nominada candidata a la vicepresidencia del país en una alianza con el PSB, si bien la muerte de Antonio Campos en agosto por un accidente la catapultó a la cabeza. Inicialmente se presentó a la opinión pública como una opción de renovación ante el desgaste del PT, favorecida por su imagen de ambientalista, con importantes apoyos en la gente joven y las clases medias. Ha sido también la favorita de buena parte de los medios de comunicación, incluidos algunos conservadores, y de los círculos del poder económico brasileño e internacional. La pérdida de apoyos que ha sufrido al final de la campaña electoral se ha interpretado por el progresivo corrimiento hacia posiciones de derecha.
Y esto último ha sido la razón del crecimiento final de Neves, candidato de la opción nítidamente neoliberal del PSDB, pese a que su nombre pueda llevar a creer lo contrario. Este partido fue el protagonista de las políticas fuertemente estabilizadoras llevadas a cabo por Henrique Cardoso, que presidió el país entre 1994 y 2002. Resulta evidente que una parte del electorado de las clases medias ha preferido a última hora lo más auténtico del conservadurismo y el neoliberalismo.
La segunda vuelta está siendo muy disputada, aun cuando quedan todavía dos semanas para las elecciones. De entrada Neves ya ha recibido el apoyo de la mayoría de los medios de comunicación, reforzado por el prestado por el poder económico y el de las potencias occidentales, con EEUU a la cabeza. Desde los primeros ya se ha iniciado una guerra sucia con referencias a casos de corrupción, en los que se pretende involucrar directamente a la misma Rousseff. También ha habido un decantamiento de importantes figuras del PSB hacia Neves, como el de la familia del fallecido Campos, y recientemente el apoyo de la propia Marina Silva. Ésta ha reconocido como positiva la labor estabilizadora de Cardoso, que habría sido la base para poder desarrollar las políticas inclusivas de Lula, siendo necesario ahora la sustentabilidad económica. Se ha referido también a la garantía que Neves le ha dado para mantener los logros sociales de los últimos años y el apoyo a una política ambientalista. Al margen del oxímoron que supone esta postura, Marina Silva ha cerrado aún más el círculo de su trayectoria política desde que, siendo joven, se iniciara en un grupo comunista.
El resultado por ahora es que algunos sondeos ya están situando a Neves por encima, quizás como una estrategia para minar la moral de los apoyos a Rousseff. Esto está obligando a ésta a intensificar la búsqueda de apoyos, tanto en los que nunca le han fallado como en aquellos sectores que el PT había descuidado por su pragmatismo gubernamental. Se está hablando incluso de que va a haber una mayor presencia de Lula en la campaña, para aprovechar su carisma.
En Brasil están en juego dos modelos diferentes, si bien no antagónicos: el que encabeza Dilma Rousseff, que opta a la reelección, frente al de Aécio Neves. El reformista y progresista, frente al que supone una vuelta al pasado, con tintes claramente neoliberales y conservadores. El que se imbrica con una política exterior autónoma, más solidaria en el marco latinoamericano y distante de EEUU, frente al que quiere recuperar la dependencia con respecto al gigante del norte. Uno, el del PT, más popular, y el otro, el del PSDB, claramente clasista y elitista.