El actual secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, acaba de evocar el congreso de Suresnes, para lo que se ha acompañado de Felipe González y Alfonso Guerra, dos de los protagonistas del congreso celebrado en la ciudad francesa hace cuarenta años. Fue ése el lugar y el momento donde un grupo de militantes que vivían en España decidió tomar el relevo de quienes dirigían por entonces el partido, en su mayoría residentes en el exterior y con Rodolfo Llopis a la cabeza. Para la historia oficial del PSOE lo ocurrido en Suresnes marca un antes y un después. De ahí que se refieran a la refundación del partido, que había quedado anclado a la vez en el exilio y en el pasado. Un término que supone un implícito, pero claro, reconocimiento de un hecho: durante la dictadura, pasados los primeros años de exilio y de durísima represión contra la militancia de los grupos de izquierda, el PSOE fue un partido inexistente en la práctica.
La escenificación de ese acto tuvo como protagonistas a tres núcleos de militancia: Sevilla, de donde provenían González, Guerra o Manuel Chaves; el País Vasco, de donde eran Nicolás Redondo o Enrique Múgica; y Madrid, donde se encontraban Pablo Castellano o los hermanos Solana. Hoy sabemos que fue un congreso sui generis, no tanto por lo inmediato como por los entresijos de su preparación y el resultante final a medio plazo. Sobre lo primero, se sabe que la sorpresa de la elección de González como secretario general se debió a la negativa de Redondo a asumir el cargo, pese a ser la persona que en ese momento tenía más prestigio en el partido. Lo segundo resulta más jugoso, pues detrás de la maniobra del congreso se encontraban dos sombras que urdieron lo ocurrido. El gobierno de EEUU, a través de la CIA, y la Internacional Socialista, con Willy Brandt a la cabeza, y muy especialmente la socialdemocracia alemana. Como peones actuaron los servicios secretos españoles (el CESED de entonces), que favorecieron la salida a Francia de los militantes españoles y luego permitieron a la nueva dirigencia del partido moverse a su antojo sin que nada les pasara, mientras otros partidos de la oposición tenían que sufrir la represión en todas sus formas. El objetivo estaba claro: la Península Ibérica era un territorio estratégico en los planes de EEUU dentro del contexto de la Guerra Fría y por nada del mundo se le podía ir de la manos Portugal y España.
En el país vecino se había iniciado unos meses antes un proceso revolucionario con la caída de la longeva dictadura. Para ello se planificó la creación de un partido socialista, inexistente hasta entonces, que pudiera competir y neutralizar a las fuerzas revolucionarias políticas y militares, donde el PCP jugaba un papel importante. En España se buscó la vía de la refundación del viejo PSOE a través de los grupos de militancia dispersos y pasivos que confluyeron en Suresnes. Los resultados de todo esto fueron claros. En Portugal el PSP se convirtió pronto en el partido más votado, desplazando al PCP de la hegemonía de la izquierda, siendo el pistón que inició un proceso de reversión de las conquistas políticas y sociales que en dos años se habían conseguido. En España hubo de esperarse más tiempo, pero en todo caso el PSOE acabó superando al PCE en 1977 y ya en 1982 acabó asumiendo la dirección del país durante un largo periodo de 14 años.
Siendo el mundo de los servicios secretos y las cloacas del estado un asunto tan opaco y escabroso, se conocen documentos y testimonios que acreditan lo que he escrito. A modo de referencia tenemos dos libros, de Joan E. Garcés (Soberanos e intervenidos. Estrategias globales, americanos y españoles) y Alfredo Grimaldos (La CIA en España. espionaje, intrigas y política de Washington), que resultan reveladores en sus planteamientos e investigaciones. Leerlos aclaran muchas cosas, pese a que aún quedan muchísimas más por conocer.
Que Pedro Sánchez apele a Suresnes me parece, más que un error, una tontería. González y Guerra no dejan de ser un par de vejestorios, desconectados de buena parte de la sociedad española. Hasta hora, desde su senectud, no han dejado de apelar a un pacto constitucional que está puesto en entredicho o que simplemente no se tienen ya en cuenta por mucha gente y en mayor medida por las nuevas generaciones. Esos dos personajes se han lanzado incluso a pedir un gobierno de coalición entre el PP y el PSOE para salvar España. Son los mismos que en 1996, en plena disputa electoral con el PP, se valieron de la campaña del dóberman, la misma que equiparó al PP con el nazismo. Qué tiempos aquellos, cuando ese mismo partido -el PSOE-, con la ayuda de numerosos medios de comunicación -sobre todo los de PRISA-, sacó aquello de la pinza para contrarrestar el crecimiento de IU, aquellos años con Julio Anguita al frente. Y así nos ha ido desde entonces.
¿A quién querrá enganchar Pedro Sánchez?