martes, 13 de octubre de 2009

Terra da fraternidade


Estudiaba 5º de Bachillerato cuando tuvo lugar la Revolución de los Claveles. Fue un 25 de abril de 1974 y en las clases de Formación del Espíritu Nacional pudimos hablar varios días sobre lo que estaba ocurriendo. El profesor, que también lo era de Latín, era cura y lo llamábamos don Ángel. Por entonces yo ya tenía una conciencia antifranquista clara, lo que aproveché para intervenir cuantas veces pude. Don Ángel nos habló de los distintos grupos políticos que iban aflorando en esos momentos en Portugal después de cuatro décadas de dictadura, de los militares más conocidos, de la multitudinaria manifestación habida el 1 de mayo en Lisboa e incluso de la canción que sirvió de contraseña para iniciar la insurrección de los oficiales, la célebre “Grandola, vila morena” de José Afonso. Se le veía alegre por el cambio político en Portugal e incluso mostró su simpatía por Mario Soares, el dirigente del recién creado Partido Socialista Portugués. Fue más normal que se refiriera al Partido Comunista Portugués y de otros grupos de extrema izquierda dentro de los prejuicios del momento y de su condición religiosa.

Cuando empecé a militar en la JGR y el PTE, Portugal era un tema recurrente. Me acuerdo de una de las reuniones con el secretario de organización de Castilla y León, el cirujano Miguel Carbajo (¿será cierto que hoy se dedica a la cirugía plástica?), allá por el otoño de 1976, donde nos explicaba cómo concebía el partido la república democrática, definida, dentro de los cánones leninistas y maoístas, como una etapa revolucionaria inestable donde se daba una fuerte confrontación política y social que podía orientarse bien hacia el socialismo o bien hacia la contrarrevolución. Y el ejemplo que puso fue el de Portugal, que seguía en efervescencia. Es cierto que en esos momentos estaba en el inicio de la contrarrevolución, según el esquema antes aludido, pero todavía podía ser reversible contrarrestarlo. Atrás había quedado el corto, pero fructífero, periodo de las nacionalizaciones de la banca y de las industrias principales, la reforma agraria y el cuestionamiento de la OTAN que el gobierno presidido por el general Vasco Gonçalves había impulsado. También el otoño de 1975, en que se dio el pulso entre las fuerzas revolucionarias civiles y militares, que movilizaron como pudieron los apoyos sociales que tenían, y las que no sólo estaban intentado frenar el proceso, sino que querían dar marcha atrás, arropadas por los resultados electorales que habían dado el triunfo al PSP, que se estaba convirtiendo en esos momentos en la punta de la reacción.

Años después se ha sabido lo que ya se sospechaba e intuía entonces. El PSP, formado a toda prisa bajo financiación de la socialdemocracia alemana y, posiblemente, de la CIA (como ocurrió con el PSOE renovado que empezó a liderar Felipe González tras el congreso de Suresnes), gozó en esos momentos del apoyo y control desde ese entramado de intereses de las grandes potencias occidentales, temerosas de perder un aliado, pequeño en tamaño, pero de gran valor estratégico, tanto por su posición geográfica como por la influencia que podía tener en nuestro país, que se encontraba en el final del régimen franquista.

Lo que vino después en los dos países, ya se sabe. Fueron los partidos socialistas respectivos los encargados de interpretar el papel principal. Primero, desmontando la revolución, en el caso del portugués, y horadando las movilizaciones contra el franquismo, en el del español. Y finalmente, en los dos casos, normalizando la integración de los dos países dentro del sistema occidental.

Sí quiero resaltar una diferencia. Mientras en Portugal se han mantenido y, en parte, renovado sectores sociales y políticos no despreciables de izquierda, como el PCP y su CDU y el más nuevo Bloco de Esquerda, que son algo más que reminiscencias de las luchas de los 70, en España ha habido una mayor dispersión y confusión. El PCE pagó caro el entreguismo de los años de la transición, los grupos de extrema izquierda sucumbieron ante los cambios, en algunos territorios el elemento nacionalista ha sesgado las luchas y el intento de aglutinar en torno a IU el descontento social y político de los años del felipismo ha acabado, por errores propios y aciertos ajenos, en algo hoy impredecible.

Lo que ocurra en los próximos años no lo sabemos. Las elecciones portuguesas de septiembre han revelado un apoyo electoral a las dos formaciones de izquierda del 17%, con una importante presencia, mantenida desde los años 70, en las áreas industriales (Lisboa y Setúbal) y latifundistas (Alentejo), donde han superado entre más del 25% y más del 40% de los votos, dependiendo de los distritos y municipios. Eso en España no existe. Es cierto que Portugal está a la cola de los países europeos occidentales, pero ¿acaso no existen en España comunidades que tienen niveles muy por debajo de la media europea? ¿Acaso Alemania, país rico, no tiene una representación mayor de la izquierda?

En la siguiente entrada voy a intentar hacer un análisis de la situación política portuguesa y especialmente de la izquierda. Espero que salga, al menos, decentemente. Y para terminar, ¿por qué no cantamos la bella “Grandola, vila morena, terra da fraternidade…”?