sábado, 17 de octubre de 2009

Unos versos para recordarlo (al Che)


Ha pasado mucho tiempo -lo de menos son los años.
No puedo decir que lo supe cuando ocurrió.
Era niño y eran tiempos de noches oscuras.
Fue más tarde, pero fue enseguida 
-ay, el hermano-
cuando su nombre me empezó a sonar.
Escuché cantos y los canté con sus hazañas,
y con ellas, su vida y su propia muerte.
Mastiqué su último diario,
lo suficiente para entristecerme más.
La imagen de su figura ha ido aumentando,
en muchos casos mercantilizada,
pero en muchas es homenaje,
también silencio, también clamor.
Hubo un tiempo que intenté saber más
y por un momento empecé a escurrirme
 hacia otro lado.
No hace mucho, en una noche cerrada en las tierras altas,
la pantalla me enseñó cómo viajaba en motocicleta.
La perdió, siguió su camino y yo recuperé el mío.
Era otoño, las hojas caían y cambiaban de color.
Hace dos años visité su tumba
-si es que está en ella verdaderamente.
También lo vi gigante,
aunque esto no es algo que me emocione
-pero ¿para qué están los faros?-,
y lo retraté con mis fotos,
que me sirven para certificarlo.
Pisé la tierra que lo convirtió en héroe
y otro día vi el retrato inmenso de la plaza de las multitudes,
el que las acompaña cuando se movilizan,
cuando gritan emocionadas para que se les escuche,
para que al menos se sepa que existe esperanza en este mundo.
Entre palmas y flamboyanes con sus colores
cuánto calor pasé, compañero,
pero al menos el sudor sirvió para purificarme.
No fue el único en la aventura que vivió,
porque sería imposible hacerlo solo,
fue uno más y de los grandes,
pero es una brasa del fuego que sigue vivo,
del ejército de batas blancas y libros bajo el brazo
que desde hace años se reparten por el mundo.
¡Quién iba a decir que ese asma que le asfixiaba,
lejos de amedrentarle,
lo que hizo fue insuflar de aire fresco
la atmósfera que tanto ahoga!
No puedo hablar de victoria ni de eternidad,
porque ya no creo en nada.
Sólo sé que cada cosa se construye en cada momento,
lo que nos obliga a mantenernos con lucidez.
También sé que debemos recordar,
una manera de evitar que sólo existan las sombras que nos ocultan,
las de quienes ordenaron su muerte,
las que todavía hacen oscurecer cada mañana.