Su presencia nos imponía cierto respeto. Aparentaba más edad, pero tenía la mía. Por la altura, a primera vista, pero sobre todo por su verbo y su semblante grave. Aunque era nuestro responsable político en la Joven de los institutos, prefería relacionarse con la gente de la Universidad. Apenas tuve trato con él, pues estudiábamos en centros distantes. Recuerdo cierta ocasión que me insistió para que contactara con una persona que, sin ser profesor, pululaba por los pasillos del instituto y del que habíamos oído que había estado en el Sáhara Occidental. Corría el curso 75-76 y el camarada Ernesto, que era como lo llamábamos en el argot de la clandestinidad, quería que me presentara ante él e indagara acerca de su posicionamiento ante lo que estaba ocurriendo en la colonia/provincia española que acababa de ser entregada inmisericordemente a Marruecos y Mauritania. ¡Pobre de mí, un jovencito e inocente militante de base, que estaba aprendiendo de la vida! Luego, a la vuelta del verano, supimos de su salida de la Joven y del Partido, y su ingreso en el PCE. Recuerdo una breve conversación en la Plaza Mayor en la que intentó convencerme para que siguiera sus pasos y mi pronta negativa a seguir discutiendo. Lo que vino después, por su parte, fue un rápido ascenso en la jerarquía de su nuevo partido, en el que llegó a ser su secretario provincial, y después, una nueva huida política, esta vez hacia el PSOE, donde también ascendió a su cúspide provincial. Mientras tanto, era normal que de vez en cuando nos cruzáramos por los aledaños de la Plaza Mayor, de uno de cuyos establecimientos era asiduo al mediodía con su pequeña tropa, en su mayoría ex del PCE. Durante años estuvo compaginando una activa labor política con otra más laxa del mundo del Derecho. Hace unos años supe de su nueva dedicación, en el campo docente, después de haber salido despavorido de unas elecciones en las que la apisonadora pepera lo dejó noqueado. Se lo facilitó el hecho de que unos años antes había iniciado los pasos para ir cambiando su dedicación profesional hacia otra que le venía como anillo al dedo: el de la Ciencia Política, donde alcanzó el título de doctor. Y así lleva casi dos décadas, en puestos humildes de universidades de las dos orillas del océano que separa Europa de América. Hace unos días, en una provincia vecina de donde estudiamos de jóvenes, participó en un acto en el que se conmemoraba la Constitución. La misma por la que sigue manteniendo la ilusión.