Murió Ennio Morricone, un grande de las bandas sonoras del cine y, por tanto, de la música. Muchas de sus melodías me han acompañado en mi aventura personal de ver y disfrutar del cine. Al principio, sin saberlo.
Participó en decenas y decenas de bandas sonoras de películas y documentales. Y entre las películas que he ido viendo -algunas incluso con posterioridad a su estreno, por culpa de la noche del tiempo de la dictadura-, están, que recuerde: Por un puñado de dólares (Leone, 1964), La muerte tenía un precio (Leone, 1965), El bueno, el feo y el malo (Leone, 1966), La Biblia (Huston, 1966), Pajaritos y pajarracos (Pasolini, 1966), Teorema (Pasolini, 1968), La batalla de Argel (Gillo Pontecorvo), Sacco y Vanzetti (Montaldo, 1971), El Decamerón (Pasolini, 1971), La clase obrera va a paraíso (Petri, 1971), Los cuentos de Canterbury (Pasolini, 1972), Las mil y una noche (Pasolini, 1974), Saló o los 120 días de Sodoma (Pasolini, 1975), Allosanfan (hermanos Taviani, 1974), Mussolini: último acto (Lizzani, 1975), Novecento (Bertolucci, 1976), Operación Ogro (Pontecorvo, 1979), La misión (Joffé, 1986), Los intocables de Eliot Ness (De Palma, 1987), Cinema Paradiso (Tornatore), ¡Átame! (Pedro Almodóvar, 1989)...
Quizás me haya dejado algunas por el camino, pero todas sus melodías tienen su peculiar impronta de notas musicales. En bastantes, con el protagonismo del oboe, su instrumento preferido. Y entre tantas, no puedo olvidarme de la primera que escuché, muy de niño, de uno de los famosos spaguetti westerns dirigidos por Sergio Leone: La muerte tenía un precio, que silbábamos sin cesar en la calle cuando jugábamos a nuestra manera a indios y americanos con palos como armas y caballos imaginados.
En Pajaritos y pajarracos se acercó a la canción popular italiana. Joan Baez ayudó a popularizar la melodía final de Saco y Vanzetti cuando la cantaba en sus recitales. Nos llevó al ritmo de los cabarets de los años 20 y 30 en Saló o los 120 días de Sodoma. Enfatizó con ritmo de marcha partisana la caída del villano fascista en Mussolini: último acto. Dejó constancia de formas vanguardistas en La clase obrera va a paraíso o La batalla de Argel. Aderezó como un tempo de intriga la preparación de la voladura por los aires de Carrero Blanco en Operación Ogro. En la que quizás sea su obra más reconocida, La misión, se acercó en demasía a Novecento. Se dejó llevar por lo más propiamente hollywoodiense en Los intocables de Eliot Ness o Cinema Paradiso...
Su reconocimiento en Hollywood le llegó tarde y en forma honorífica: en 2006. Se dice que pesó en ello el que desde muy temprano tuviera simpatías, si no militancia, en el Partido Comunista Italiano. Por eso sigo quedándome con Novecento, cuando -para mí- el verbo se hizo música y ascendió a los cielos -o mejor, al paraíso- para formar parte de una película, la de Bernardo Bertolucci, tan excelsa como prodigiosa.
(Imagen: retrato de Ennio Morricone, por Manuel Berrios).