Donald Trump se las prometía. Arrasó en las primarias de su partido, el Republicano, y estaba subiendo en los sondeos de cara a las definitivas elecciones presidenciales de noviembre. El fenómeno Trump preocupaba a mucha gente y en especial a los sectores progresistas, sacaba de quicio al Partido Demócrata y su candidata, y tenía desorientadas a las empresas de opinión.
El prototipo de ricachón hecho a sí mismo -uno de los mitos made in USA-, verso libre de la oratoria, capaz de decir las cosas por las bravas y sin tapujos, que tocaba además esos asuntos escabrosos que mucha gente piensa para sí o dice en corrillos de confianza, aunque está mal decirlos públicamente, había conseguido mucha gente adepta. Mayoritariamente, en la amalgama electoral de su partido, aun cuando había quienes lo veían demasiado pecador -sí, por sus excesos inmorales, pero también entre lo que iba quedando de votantes demócratas de origen humilde y piel clara. Muchas víctimas, en fin, de las políticas neoliberales implementadas desde los años ochenta, que encontraban en su figura el salvador de su situación, aun cuando eso supusiese blindar más todavía las fronteras, expulsar a inmigrantes y seguir marginando a la gente pobre de tez morena.
Ahora parece que lo han pillado, tras hacerse pública una conversación suya de hace una década acerca de cómo tratar a las mujeres teniendo poder y dinero. Puro machismo. El mismo que ha practicado sin cesar desde joven, el que practican quienes detentan todo tipo de poder y el que es pan de cada día en buena parte de las relaciones que se dan entre hombres y mujeres en este mundo patriarcal. No es que sea más machista que tanta gente que ahora le critica, pero su irreverencia le ha pasado factura en el momento menos deseado, en la recta final de la campaña electoral. Se están sucediendo los pronunciamientos de cargos públicos republicanos en contra de su candidatura. Lo hacen porque les perjudica de cara a sus posteriores reelecciones. Prefieren a Hillary Clinton, que, al fin y al cabo, en poco difiere de sus planteamientos, porque es, ante todo, parte importante del sistema y del bloque de poder que manda en EEUU.
Trump podría resultar incontrolable, aun cuando lo previsible, de ganar las elecciones, es que acabara entrando en el redil en lo fundamental, como le ocurrió a Obama, por ejemplo. Durante todos estos meses el candidato republicano ha ido sorteando bastantes situaciones difíciles, pero ha sido ahora cuando parece que le va resultar imposible conseguirlo.
Por lo demás, gane quien gane, EEUU seguirá en su deriva: la de un imperio en decadencia que se resiste a fenecer y que sigue golpeando para mantener lo que le van quedando, que no es poco.