Ayer lanzó Pablo Iglesias una propuesta sorprendente: colocar al frente del gobierno a una persona independiente de prestigio. He escuchado que esa propuesta está en la línea de lo que en las elecciones municipales se ha hecho en Madrid con Manuela Carmena. Aunque con una diferencia y sustancial: Carmena fue elegida alcaldesa con la legitimidad salida de las urnas.
Hace unos años, allá por 2011, Italia y Grecia inauguraron una forma de tener al frente del ejecutivo a un tecnócrata. Lo hicieron en plenas crisis institucionales, derivadas, en el primer caso, de la dimisión forzada de Silvio Berlusconi y, en el segundo, de la quiebra financiera del país. Para ello contaron con el respaldo de una amplia mayoría parlamentaria basada en las dos fuerzas principales del sistema: la socialdemocracia y la democracia cristiana. Se trataba, en fin, de obedecer los designios de la troika, preocupada por que los países de la UE se desviaran del camino marcado.
No pretendo equiparar en todo ambos casos, pues resulta evidente que el gobierno que presidiera esa persona independiente de prestigio estaría basado en un programa progresista. En esto ha sido claro Podemos, que ha lanzado propuestas de medidas de emergencia social o un referéndum en Cataluña, entre otras, para llegar a acuerdo con otros grupos.
Alberto Garzón y Cayo Lara han criticado a Iglesias. Han puesto el acento en la falta de legitimidad, que supondría que en España podrían estar al frente de dos de las altas instituciones del estado personas no salidas de las urnas. Garzón no ha negado su legalidad, pero ha añadido que "introduce un elemento que ya se ha vivido en otros países como
Italia y fortalece una cultura tecnocrática que supone elegir a gente que no ha
pasado por las urnas".
Pero más sorprendente me ha parecido la reacción de Iglesias, que ha dicho más que irónicamente: "No
voy a hablar mal de otros partidos. Felicito a Alberto Garzón por su
magnífico resultado electoral". Una muestra más de prepotencia.