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sábado, 22 de noviembre de 2014
Abertzales del 20 de noviembre
Hay otros 20 de noviembre. Dos vascos fueron asesinados impunemente: Santi Brouard, diputado del Parlamento vasco, en 1984; y Josu Muguruza, del Congreso español, en 1989. Los dos, dirigentes de Herri Batasuna, la organización que agrupaba a la izquierda abertzale esos años. Sus autores directos, unos pistoleros. Sus inductores, los responsables de las cloacas del estado. O de la cúspide. Brouard fue víctima del GAL, un grupo paramilitar organizado y financiado por el estado, cuando gobernaba el PSOE con Felipe González al frente. Hoy día sabemos que quien disparó fue Luis Morcillo. Lo ha confesado y por eso sabemos cuánto dinero recibió y también quiénes le indujeron a cometer el crimen (El Mundo, 15-04-2013). Ya durante la investigación, en la que participó el abogado Txema Montero, se averiguaron muchas cosas y nombres, pese a las enormes trabas. Las declaraciones de Morcillo certifican buena parte de ello. Muguruza fue víctima de un policía y un fascista hijo de un militar golpista y víctima de ETA. Fue un crimen que se quiso hacer pasar por una venganza personal, pero cada vez existen más indicios que llevan de nuevo a las cloacas del estado. O de la cúspide. Lo han dicho estos días Xavier Arzallus, Kepa Landa e Íñigo Iruin, cuyas declaraciones aparecen en el documental Zohardia y en el libro recién publicado Josu Muguruza. El sueño que no truncaron las balas (Gara, 22 de noviembre). Arzallus, por entonces principal dirigente del PNV, ha sido claro y rotundo: niega la responsabilidad del gobierno, pero apunta al aparato de seguridad del estado: "El CESID hacía su política.
Quienes eran la cabeza del régimen, serían media docena, esos hacían este tipo de cosas". Landa, que fue abogado de la acusación particular durante el proceso, ha dicho que "El Estado no se investiga a sí
mismo". Iruin profundiza en las razones y alude al poder que tenía ese aparato de seguridad, fortalecido tras haber hecho fracasar meses antes las conversaciones de Argel. Esto es, lo que fue el primer intento de negociación entre el estado español y ETA de cara a poner fin el conflicto. Muertes que tienen que ver con un hecho incontrovertible: la herencia del franquismo, en lo que concierne a los aparatos de seguridad, se mantuvo durante los gobiernos de Felipe González, que admitió que siguieran actuando. Un poder oculto, a la sombra, pero activo. Y tanto.
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