Días antes había visto por la red un fragmento del programa matutino de TV1 presentado por Mariló Montero y dedicado en ese caso a informar sobre unos cursos bajo el título "Cómo ser una buena prostituta". Para ello llevaron a una profesional que estuvo hablando de sus características, para acto seguido pasar a una especie de debate sobre el tema. Sin embargo, cuando inició su intervención Lidia Falcón, que había sido invitada para la ocasión, se topó con una triple sorpresa: la primera, que fue permanentemente interrumpida por la citada puta (como se refirió a sí misma continuamente); la segunda, que ésta al poco se fue de la mesa por interpretar como una agresión la expresión "degeneración ética de nuestra sociedad"; y la tercera, que la presentadora interrumpió de inmediato el debate por considerar que faltaba una de las partes. Falcón ya había manifestado al comienzo de su intervención sentirse pasmada por lo que estaba oyendo, pero sobre todo vio cómo apenas pudo expresar los argumentos que tiene para analizar el fenómeno de la prostitución.
Hoy he leído en Público el artículo de la propia Lidia Falcón "Ética radical" -cuyo título alude a la última obra de su compañero Carlos París, recientemente fallecido-, donde cuenta lo ocurrido, y hace una valoración de la prostitución como tal y del tratamiento que se hizo el otro día en el programa de televisión. En su escrito es rotunda en la calificación: "no es un oficio, ni un empleo, ni una tarea. La prostitución es una explotación, la más grave de todas porque afecta a lo más íntimo del ser humano que es la sexualidad, porque reduce a las mujeres a la categoría de objetos sexuales para disfrute de los hombres". Denuncia, así mismo, la parcialidad de la presentadora y manifiesta también, más que sospecha, que todo estaba preparado para que no pudiera explicar sus argumentos. No a Falcón lanzar una advertencia de cara a lo que puede ocurrir: "Nos dirigimos a la instauración de una sociedad prostituida, un Estado proxeneta, que cobrará buenos impuestos por ello, y un pueblo que aceptará que sus hijas sean prostitutas y sus hijos prostituidores".
Decir lo de "te metes a puta" o divulgar por medios de comunicación públicos cursos sobre "cómo ser una buena prostituta" son un síntoma de lo que pasa por la cabeza de quienes tienen las riendas del poder político en España. Al fin y al cabo, ha sido una tradición entre las gentes pudientes y devotas de este país separar en la moral lo público de lo privado en lo referente al sexto mandamiento. Total, para eso están quienes les corresponde jugar el papel de "que se jodan". Nada nuevo, pues.