"OSAMA BIN LADEN KILLED; ‘JUSTICE HAS BEEN DONE’". Así reza el titular de The Washington Post, entrecomillando las palabras del presidente Obama en el anuncio de la noticia y en letras mayúsculas para realzar la dimensión de lo que contiene. Cayó el enemigo número 1. Su retrato llevaba años siendo la cara del terrorismo islámico y en la actual coyuntura, la del terrorismo a secas. Le tenían ganas, sobre todo desde que ocurrieron los ataques del 11 de septiembre de 2001. Años antes ya había sido acusado de acciones contra los intereses de EEUU a través de Al Qaeda, el grupo que formó en Afganistán a finales de la década de los ochenta. A lo largo de esos años, en plena guerra contra el comunismo, había sido un héroe. Una persona desprendida que había abandonado todo su entorno de riqueza para ir a combatir generosamente en apoyo de sus hermanos afganos. Fue, pues, un combatiente de la libertad, como denominaron en EEUU, cuando Reagan y Bush padre mandaban, a los mujaidines que hicieron frente al gobierno afgano apoyado por la URSS, que durante diez años llegó a tener una importante presencia militar sobre el territorio. Para combatirla llegaron a ese país enormes cantidades de dólares y armas procedentes de Arabia Saudí y EEUU principalmente, y miles de voluntarios de diversos países (puede verse mi artículo "¿Qué está pasando en Afganistán?"). Uno de ellos fue Osama Bin Laden, que tuvo importantes vinculaciones con la CIA. Cuando dejó de ser útil y le convirtió en enemigo, la obsesión de los distintos gobiernos de EEUU por detenerlo o matarlo ha sido permanente. El éxito de la operación que ha acabado con su vida quizás dé oxígeno al actual presidente. Seguro que servirá para muchas cosas más. Me pregunto, como dice el refrán, "si muerto el perro, se acabó la rabia".