Tres activistas de Greenpeace desplegaron el pasado 17 una pancarta con la inscripción “Los políticos hablan, los líderes actúan” durante la cena de gala que la reina Margarita II organizó en la Cumbre del Clima de Copenhague. Fue una acción intrépida y llena de ingenio, lo suficiente, al menos, para burlar el dispositivo de seguridad puesto en marcha para esos días y que me imagino que el gobierno danés había supuesto inexpugnable. Al parecer, Juan López de Uralde, director de la sección española, hizo de representante del estado de Greenpeace; Nora Christiansen, de su esposa; y Christian Schmutz, de personal de seguridad. Eso ha sido motivo de acusaciones tales como falsificación de documentos, pretensión de ser una autoridad pública, entrada sin permiso en lugar un privado y alteración de un acto con presencia de la reina. Desde entonces se encuentran en prisión preventiva cinco personas, las tres nombradas y otras dos, una de ellas el presidente de Greenpeace mundial. Tomado con humor lo ocurrido, su acción tendría que haber sido premiada por su habilidad, a la vez que castigada la torpeza de quienes no dieron con la acción. Me da la sensación de que con el castigo infligido y los cargos expuestos se busca tapar el doble ridículo hecho por el país organizador y por los promotores de la Cumbre. Ridículo por no haber sabido detectar una acción, pacífica, eso sí, después de que durante esos días el despliegue de miles de policías, las cargas que llevaron a cabo contra decenas de miles de manifestantes y las detenciones masivas de centenares de personas (¿o hubo más?) pusieran en evidencia el grado de libertad vivido en Copenhague. Y ridículo por el resultado de la Cumbre: ¿qué se ha firmado?, ¿para qué ha servido?...