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domingo, 20 de diciembre de 2009
Sobre la madurez
La madurez es algo que se adquiere con el tiempo. En la especie humana si biológicamente la adolescencia es la etapa que marca el tránsito de la niñez a la adultez, socioculturalmente no es homogénea. En las sociedades menos evolucionadas el tránsito resulta más brusco, ritualizado a través de prácticas muy variadas, según los lugares, y muy formalizadas. Además tiende a darse en una edad más temprana. Este componente sociocultural incide también en lo propiamente psicobiológico. Se sabe, por ejemplo, que en las sociedades actuales menos evolucionadas las mujeres tienen la primera menstruación antes que en las más evolucionadas. Estas últimas han tendido a prolongar progresivamente la etapa adolescente y de la primera juventud, un fenómeno directamente relacionado con el retraso en la edad laboral. Actualmente vivimos en una situación altamente contradictoria, pues a la elevada permisividad (cuidado, no interpretemos esta palabra en sentido negativo) que existe en determinadas cuestiones (sexualidad, diversión, horarios…) se le unen un excesivo proteccionismo en otras (atención en las actividades domésticas, rigidez en el cierre de los institutos, aumento del número de horas de estancia en los mismos…) o un mayor retraso de hecho en la entrada en el mercado laboral.
España es un país donde la ayuda que prestan las familias a sus hijos e hijas resulta significativa, haciendo de colchón frente a las situaciones críticas que se puedan vivir y de un lugar seguro donde encontrar los servicios domésticos gratuitos, que se aderezan además con un afecto desinteresado. También en nuestro país existe una idea muy extendida sobre la inmadurez de la gente adolescente y joven actual. No existen grandes diferencias en general entre unas épocas y otras, excepto que su alargamiento pueda hacer que, como mucho, en algunos aspectos sí pudiera darse. Y aun con eso, me parece discutible. Considero que esa inmadurez no deja de ser una actitud de comodidad ante algo que le viene dado. Por ejemplo, el que exista dejación de algunas obligaciones se debe a que no se inculca el hacer que se cumplan. Es frecuente oír frases como: “tengo que hacerlo yo, porque si no, no lo hacen”. ¿No será al revés? Es decir, que no lo hacen porque hay alguien que acaba haciéndolo. Eso también sirve para el reparto de tareas domésticas entre varones y mujeres. Sabemos que es tremendamente desigual y que las mujeres sufren la carga principal. ¿No sería el momento de que las mujeres también dejaran de hacer lo que no le corresponde para que la otra parte se vea obligada a cumplir con su parte?
Estos ejemplos muestran que la inmadurez no es propia de la gente joven. Se pueden poner muchos más ejemplos. Se habla, yendo a otros casos, de que la gente joven se despreocupa de la política. Es cierto, aunque no creo que mucho más que la gente mayor. Tampoco mucho mayor, globalmente, que en la generación del tardofranquismo y la transición. La diferencia era que en esos años existía una elevadísima conciencia y actividad política de un sector de la gente, frente a otra gran parte que se unía a lo que el reformismo del régimen y el centrismo posterior denominaron la “mayoría silenciosa”. Siguiendo con la actualidad, una diferencia entre la gente joven y la adulta podría ser que la primera vota menos, pero es que también la gente más mayor (la vieja, vamos) lo hace más que la adulta. ¿Y es más madura la gente más mayor? ¿Acaso cuando se introduce la papeleta en la urna se hace en todos los casos con una conciencia clara? ¡Cuánta gente despotrica contra “los políticos”, incluso a los que votan y siguen haciéndolo pese a todo! Creo (y aunque sea una suposición…) que suelen ser más imprudentes en manifestarlo públicamente quienes votan a los partidos que cometen en mayor medida esos excesos en cualquiera de sus formas (corrupción, incumplimientos de programas….). ¿Y no es esto también una forma de inmadurez?
El otro día en una de las sesiones de evaluación que asistí al instituto donde trabajo se acercó una alumna en representación de su clase. Fue valiente porque estuvo sola delante de un buen número de profesores y profesoras. Pero lo que me llamó más la atención fue algo: siempre que transmitió la opinión de sus compañeros y compañeras añadía, matizando, “una minoría”, “la mayor parte”… Cuántas veces hay que oír a la gente, mayor y joven, pronunciar los pronombres “todos”, “nadie”, “todo el mundo”…, absolutizando las opiniones. De esta manera se impide que se pueda apreciar la realidad en su complejidad, que es mucha, y en su verdadera dimensión, pues lo que se acaba haciendo es falsificarla. Otro signo más de inmadurez.