Los raqueros, una palabra particular de la jerga santanderina, son esos niños que en otro tiempo hacían de su vida una aventura. Eso los llevó a hacer de sus inmersiones en el mar una forma, entre otras, de obtener una parte de los escasos recursos con los que sobrevivían. Buscaban monedas u objetos sumergidos en el fondo de las aguas del puerto o que les lanzaban por diversión paseantes o viajeros de los barcos.
En la otra escultura su protagonista es un pescador de sulas, uno más de esa variedad de gentes que han hecho de la mar su medio de vida: intrépidos marineros de altura que se alejan de la costa, arriesgando su vida ante la fiereza de las aguas; faeneras de las fábricas de pescado; o, en el caso de la escultura que nos ocupa, un pescador de orilla, habilidoso en el manejo de la nasa llamada mediomundo.
Sendos homenajes -merecidos- a las gentes humildes.