El mismo ejército que, sólo con las acciones de las últimas semanas, se está llevando la vida de miles y miles de personas, con un porcentaje muy elevado de niños y niñas. Está obligando a desplazarse a decenas de miles, mientras sufren el acoso de las bombas y los tanques, y se les castiga a la más extrema precariedad en los mínimos vitales. Está destruyendo viviendas y todo tipo de infraestructuras, incluyendo los hospitales tan urgentemente necesarios.
Y todo eso lo está sufriendo un pueblo que lleva décadas de ocupación de lo que fueron sus territorios ancestrales. Que en una parte importante de su población se vio obligado desde 1948 a refugiarse en otros países. Que está siendo testigo de la creación dentro de Cisjordania de numerosos asentamientos coloniales con población israelí. Que en el caso de Gaza está recluido, rodeado de un muro infernal, en lo que no es otra cosa que una gran prisión... Un pueblo que lleva décadas sufriendo un genocidio.
Todo ello llevado a cabo por un estado, el de Israel, que no ha dejado de incumplir sistemáticamente los acuerdos de la ONU, los acuerdos internacionales sobre derechos humanos, los acuerdos para proteger a las personas refugiadas... Siempre bajo el manto protector de EEUU, que le dota de armamento y veta en la ONU cualquier resolución que ponga en entredicho las tropelías que comete. Y, no lo olvidemos, la pasividad de las potencias europeas, que siguen viendo en Israel un modelo de democracia.
Ayer mismo recibí una carta de un ciudadano palestino de Gaza, dentro de la campaña que está desarrollando UNRWA, la Agencia de las Naciones Unidas para las personas refugiadas de Palestina y Oriente Próximo. Es lo que puede leerse a continuación.
Mi nombre es Amjad, vivo
en Gaza y escribo historias para UNRWA España como productora de contenido
independiente. Hoy les comparto mi propia historia:
Nací y crecí en el campo
de refugiados de Jabalia, el campo de refugiados palestinos más grande de Gaza.
Este escrito podría ser
lo único que le diga al mundo que una vez estuve aquí. Que yo existí.
Soy refugiada, nací de
padres refugiados y mi hija de dos años y medio, Ghady, también es refugiada.
Crecí estudiando en escuelas
de la UNRWA. No tenía ningún lugar para jugar excepto el club infantil y
juvenil de la UNRWA, donde mis amigos y yo bailábamos dabke, hacíamos teatro,
cantábamos y dibujamos. Cuando me enfermé, me trataron y me vacunaron en las
clínicas de UNRWA.
He vivido los tiempos
más oscuros de Gaza. Inmediatamente después de 2007, Israel impuso un estricto
asedio a Gaza. Carecíamos de todo lo necesario, incluidos alimentos, agua
potable, electricidad y suministros médicos.
Me convertí en escritora
y periodista independiente para contar nuestras historias: tanto de nuestro
sufrimiento como de nuestros éxitos.
Uno de mis mayores
sueños fue tener mi propia casa y creo que está relacionado con mi constante
sentimiento de no pertenecer a ningún lugar. Hace apenas unos días me enteré de
que el pequeño apartamento por el que pasé años ahorrando para comprarlo fue
destruido por un ataque aéreo militar israelí.
Han pasado 29 largos
días desde el inicio de este infierno y parece que continuará para siempre. La
vida era un poco más tranquila antes de esta pesadilla. Hemos aprendido a no
confiar en la calma.
Siempre sentí que no
podía renunciar a mi esperanza de un futuro libre para nosotros y quería que mi
hijo trabajara duro como yo para llegar a ese día. En tiempos de guerra, mi
única esperanza es sobrevivir.
Crecí escuchando las
historias de mi abuela sobre la Nakba. Hoy cuento la historia de la catástrofe
de 2023.
Hace diecinueve días
tuve que evacuar la ciudad que amo y la casa con la que soñé, al sur de Gaza.
Hay una carretera principal que une el norte con el sur de Gaza. Vi coches en
cola en un tramo de más de 15 kilómetros (9 millas aproximadamente). Era una
escena similar a la que mi abuela describió muchas veces sobre la Nakba.
Siempre noté que mi
abuela se ahogaba en las lágrimas cuando nos hablaba de la Nakba. Nos contó
muchas historias sobre lo pacífica que era la vida en su ancestral aldea
palestina y lo horrible y brutal que fue la Nakba.
Escuché de ella la
palabra "desarraigo" la primera vez. El sonido de la palabra era muy
pesado. Siento que me están desarraigando ahora. Mi mayor temor es no volver a
ver a Jabalia nunca más.
Hace escasos 3 días, el
31 de octubre, Jabalia fue masacrada y mi miedo se ha hecho realidad.
[...], por favor honra
nuestras palabras. Amplifica nuestras historias. Apoya a Gaza.
Toma medidas para
detener esta locura. Lo más importante es abogar por un alto el fuego para
dejar vivir a Gaza.
Y si puedes, haz una
donación o recauda fondos para ayudar a salvar vidas.
En paz,
Amjad Shabat