En mi casa éramos de Raphael frente a Manolo Escobar. "Rapael" y el "Escobero". El primero, con su melenita y canciones como "Yo soy aquel" o "Digan lo que digan", representaba, en cierta medida, un aspecto de la modernidad de esos años. En cambio, el cantante de Almería, con sus coplas facilonas y pegadizas, tipo "Porompompero" y demás, nos parecía pachanguero. Pero, en algo que no dejó de ser raro, en el curso 67-68 empecé a cantar eso de "Madrecita María del Carmen, / hoy te canto esta bella canción...!". Y mi madre, sorprendida, me decía: "Hijo, ahora te gusta Manolo Escobar". Fue una fiebre pasajera y el culpable no fue otro que un compañero de clase con el que, además, regresaba cada día a casa, tanto al mediodía como por la tarde. El mismo con el que sufrí un percance que pudo salirnos caro, después que, a la salida del colegio, a un camión se le rompiese en una curva el cajón de su carga, que estaba lleno de ruedas y que casi nos aplastan. Eso, con la ayuda de la "Madrecita", reforzó nuestra amistad. Luego, acabado el curso, nos separamos, a lo que se añadió que él empezó el bachillerato en el colegio de curas contiguo a donde trabajaba su padre, mientras en mi caso se decidió en casa que lo retrasara hasta los once añitos. Aunque un año después volvimos a coincidir en el mismo colegio, la amistad se había diluido. Hubo una salvedad en el verano del 70, cuando, durante la estancia en la finca que el colegio tenía en el entorno de la sierra de Béjar, lo elegí en primer lugar para formar parte de mi grupo de campamento. ¡Y qué papel hizo durante las "noches de campamento" que a diario se organizaban! Era prodigioso imitando a personajes como Félix Rodríguez de la Fuente, César Pérez de Tudela o ese Secundino Gallego, conocido como "el hombre de los pájaros", que se hizo famoso en un concurso de televisión. Ha pasado prácticamente medio siglo desde entonces y apenas he tenido conciencia de haberlo visto más veces. Hasta hace unos días, que apareció con su cara sonriente en una fotografía publicada en feisbuk. Estaba reconocible, pese al paso de los años. Y como novedad, provisto de un bigote llamativo, que me recordó al que llevaba su padre. ¡Qué bueno!