Se cuenta que
en el París ocupado durante la Segunda Guerra Mundial un oficial nazi, mirando
una fotografía del cuadro “degenerado”, le preguntó a Picasso: “¿Usted hizo
esto?”. A lo que el artista respondió: “No, lo han hecho ustedes”.
Pero retrocedamos
en el tiempo: al 26 de abril de 1937, cuando la aviación alemana destruyó la
villa vasca de Gernika. Picasso no tardó mucho en hacer de ese suceso el tema del
encargo que meses antes le había realizado el gobierno de la Segunda República.
En julio, el mes de la Revolución Francesa, estaba prevista la apertura de la
Exposición Internacional de París, en cuyo Pabellón Español debería exhibirse
una obra del por entonces artista más afamado internacionalmente. Teniendo en
cuenta el contexto que se estaba viviendo, su presencia debería ser un acicate
para la defensa de la República Española.
Aunque habían
pasado varios meses desde que se hiciera el encargo, en el mes de abril el
artista malagueño, salvo algunos bocetos, apenas había avanzado en su tarea. En
enero había trabajado en el aguafuerte “Sueño
y mentira de Franco”, donde hizo uso de personajes ya tratados con anterioridad
y que reaparecerían en el “Guernica”: el caballo agonizante, el toro como
reminiscencia del Minotauro o las víctimas indefensas de la guerra. Y a
mediados de abril había pergeñado algunos bocetos en torno a la idea de un
pintor y una modelo. Pero lo ocurrido en Gernika fue el aldabonazo para que la
intensidad creativa de Picasso aflorara como un volcán.
El título del cuadro alude al bombardeo de la
mítica y simbólica villa destruida por
la aviación alemana el fatídico 26 de abril. No fue la única población vasca
agredida por las patrullas de la Legión Cóndor durante esas semanas, que desde
el verano de 1936 se habían ido cebando sobre ciudades como Madrid, Barcelona, Málaga…
Pero Gernika pareció ser el motivo que llevó a Picasso a acelerar la forma de cumplir
con el compromiso adquirido. Entre principios de mayo y principios de junio se
entregó a su causa. Y gracias a las fotografías de Dora Maar, testigo de esa
actividad frenética, es como hemos ido sabiendo del proceso creativo,
cambiante, pero decidido, hasta su culminación.
El cuadro fue
expuesto en el día previsto dentro del Pabellón Español de la citada Exposición
parisina. Y en su resultado final acabó aunando muchas cosas: elementos propios
del bombardeo, como las llamas, la muerte, el dolor…; figuras que el artista ya
había utilizado con anterioridad, como el toro o la yegua; obras de artistas como
Rubens o Goya; y una visión muy explícita de un momento histórico que acabaría
prologándose hasta 1945.
Formalmente
el cuadro se inscribe dentro del cubismo sintético. Hay quienes dicen que contiene
elementos del surrealismo, algo que, por otra parte, el propio artista negó: “Nunca
he estado fuera de la realidad”, le dijo en 1945 a Jerome Seckler.
Se trata de
un lienzo de grandes dimensiones, pintado en pintura acrílica de blancos,
negros, tonos grises e incluso azulados. Una elección de los colores que contenía
una intencionalidad clara: aumentar el dramatismo.
Pero
vayamos a su descripción sucinta. En el centro se muestra una yegua que tiene
la boca abierta y que expresa un dolor extremo; por encima una bombilla que emite
destellos; a su derecha está la cabeza de una mujer que sostiene una lámpara,
de cuya luz, así como de la bombilla, surge un triángulo que ilumina la parte
central del cuadro; a los pies del caballo hay un guerrero muerto con una
espada; y a su derecha, una mujer semidesnuda a la vez agachada y en movimiento.
En la parte
derecha aparece otra mujer, en esta ocasión envuelta en llamas, por lo que
lleva los brazos levantados y es mostrada emitiendo un grito de angustia.
En la parte
izquierda se encuentra una madre que lleva en sus brazos a su hijo muerto, lo
que hace que emita un grito desgarrador; por encima se sitúa la cabeza de un
toro que mira, sorprendido, hacia la izquierda; y entre la yegua y el toro se
ve, apenas reconocible, un pájaro herido.
En total son
nueve los personajes: seis, humanos, cuatro de los cuales son mujeres, más un
niño y un soldado; y tres, animales, esto es, una yegua, un toro y un pájaro.
Se han hecho
diversas interpretaciones iconográficas de la obra en su conjunto y de cada uno
de los personajes. No voy a referirme ahora a ello, que dejaré para otra
ocasión. De lo que no cabe duda es que estamos ante una denuncia política.
Rotunda. Sin rodeos. Una denuncia del bombardeo del 26 de abril de 1937 y por
extensión, de los habidos durante la Guerra Española. Una denuncia del fascismo -alemán, español-,
ejecutor de esa destrucción.