Ayer murió el último español superviviente del campo de concentración de Mauthausen. Nacido en Torrecampo, un pueblo de la comarca cordobesa de los Pedroches, siendo muy joven se enroló en el Ejército Popular, participando en diversas batallas de la Guerra Española. En febrero de 1939 se vio obligado a cruzar la frontera hacia Francia, formando parte de un éxodo que afectó a cientos de miles de personas. Fue recluido en el campo de Vernet d'Ariège, cerca de Toulouse, y poco más tarde, cuando en la primavera tuvo lugar al anexión alemana de las regiones checas de Bohemia y Moravia, se incorporó a la Legión Francesa. Era un reclutamiento obligatorio para los españoles en edad militar, si no querían ser devueltos a España. En el verano de 1940 fue hecho prisionero por el ejército alemán y enviado en un primer momento al campo de concentración de Luckenwalde. Pronto fue trasladado al campo de concentración de Mauthausen, en la actual Austria, donde pasó la mayor parte de la Segunda Guerra Mundial. Liberado en los momentos finales de la guerra, regresó a Francia y se instaló en la localidad de Ay, en la región de la Champagne. Allí rehízo su vida, formando una familia y trabajando en el cultivo de la vid y la elaboración de champán. Durante el resto de su vida nunca pudo olvidar su paso por el infierno del Mauthausen, donde presenció las formas de violencia más horrendas. Tampoco olvidó sus orígenes, el recuerdo de una guerra que lo llevó al exilio y una dictadura que le impidió volver durante muchos años. Expulsado de su país por el fascismo triunfante y a punto de morir por el fascismo alemán que acabó siendo derrotado, ha tenido que morir, ya centenario, en su país de acogida. Y todavía en nuestros días hemos de sufrir a quienes, habiendo ganado la guerra en 1939, siguen haciendo alarde de su poder para humillar a sus víctimas.