“Yo
tengo clavada en la conciencia, desde mi infancia, la visión sombría del
jornalero. Yo le he visto pasear su hambre por las calles del pueblo,
confundiendo su agonía con la agonía triste de las tardes invernales; he
presenciado cómo son repartidos entre los vecinos acomodados para que éstos les
otorguen una limosna de trabajo, tan sólo por fueros de caridad; los he
contemplado en los cortijos, desarrollando una vida que se confunde con la de
las bestias…; les he visto dormir hacinados en sus sucias gañanías, comer el
negro pan de los esclavos, esponjando en el gazpacho mal oliente y servido como
a manadas de siervos en el dornillo común,
trabajar de sol a sol, empapados por la lluvia en el invierno, caldeados
en la siega por los ardores de la canícula…”.
Son
palabras escritas hace más de un siglo por Blas Infante. De 1915, dentro de su
obra Ideal Andaluz. Son una descripción de las condiciones de vida y trabajo de
esa gran masa de personas que poblaban por entonces el campo andaluz, que en
algunas provincias sumaban hasta la mitad de sus habitantes. Gente explotada
por sus propietarios desalmados hasta la extenuación.
Hoy
en nuestra tierra, como en la de otras comunidades, ya no forman una masa tan
numerosa. La agricultura intensificada no requiere de tantas manos. Pero buena
parte de los propietarios de la tierra sigue haciendo uso de ellas sin
importarles sus vidas. Hoy esas gentes siguen trabajando de sol a sol,
hacinadas en casuchas o habitaciones insalubres, malviviendo...
Nos
lo cuentan y hasta podemos verlo en los campos costeros de Huelva, Málaga,
Almería, Murcia, Lleida, Huesca... donde se cultivan frutas y verduras durante
todo el año.