Durante la visita percibí el asombro de la mayor parte de quienes componíamos el grupo de la excursión, teniendo en cuenta lo que puede verse en su interior en cuanto a los materiales utilizados y los elementos decorativos resultantes, donde, a imitación de lo que hubo hasta 1931, se mezclan, a modo grandioso, el lujo y lo religioso.
Por mi parte, durante la visita hice un esfuerzo por intentar aunar lo que estaba viendo y lo que ya conocía de la historia del templo, con la atención puesta en las palabras de la guía y con el recuerdo, falto de detalles, que tenía de lo que había leído en alguna ocasión. Fue hace unos años cuando leí el libro El Imperio, del periodista polaco Ryszard Kapuscinski, en uno de cuyos capítulos, "Templo y palacio", narra su proceso de construcción y de derribo, así como lo que vino después, que no fue otra cosa que un proyecto truncado.
La idea de construir un templo en ese lugar surgió en tiempos del zar Alejandro I, como gratitud por la derrota infligida sobre Napoleón en 1812. Desatendida u olvidada, fue su hermano y sucesor, Nicolás I, quien en 1830 retomó la idea, de manera que, siguiendo los planos del arquitecto Konstantín Ton, en 1838 se inició por fin su construcción. Inspirada en la basílica bizantina de Santa Sofía, fue concebido como un edifico de planta central y forma de cruz griega, en cuyo centro se levantó una gran cúpula semiesférica sobre pechinas.
Después de casi medio siglo, fue el zar Alejandro III a quien correspondió bendecirlo, convirtiéndose el templo en una de las referencias espirituales de la entonces segunda ciudad de Rusia. Su cercanía al Kremlin y el que se encontrara junto al río Moksva, propicio para las correspondientes abluciones religiosas, lo reforzaban.
Según los datos que aporta Kapuscinski, la mole gigantesca que se levantó equivalía a más de 30 pisos y tenía unos muros de más de tres metros de grosor, formados por 40 millones de ladrillos y recubiertos con placas de mármol traídas de otros lugares del imperio. Sobre ella se situaba una gran cruz de 10 metros sobre la cúpula central y 14 campanas, distribuidas en 4 campanarios, con un peso de 65 toneladas. Para acceder al interior se abrieron doce puertas de bronce de 140 toneladas. Y ya dentro, sólo en su iconostasio había una acumulación de oro que alcanzaba los 422 kilos; sobre las 167 placas de mármol de su parte inferior estaban grabados los nombres de batallas y jefes militares, así como el número de muertos; y por encima de ellas se situaban cuadros en los que podía verse una sucesión de retratos de santos y diversos pasajes bíblicos; sus autores, artistas tan renombrados como Bruni, Vereschaguin, Kramskói, Litovchenko, Sétov o Súrikov.
La revolución rusa, empero, cambió su signo. Moscú pasó a ser desde 1918 la capital del nuevo estado, que desde 1922 fue conocido con el acrónimo de URSS. En julio de 1931 un decreto del gobierno estableció el derribo de la catedral de Cristo Salvador con el fin de construir en su lugar el Palacio de los Soviets. Se buscaba con ello sustituir el referente simbólico del espacio: lo que fuera la morada divina, fundida con el poder temporal de los zares, había de transformarse en la sede del nuevo poder surgido en 1917, en el que los soviets, como instituciones representativas del pueblo, se habían erigido en el elemento formal definitorio.
Las obras de derribo del templo tuvieron dos fases. La primera, que duró apenas cuatro semanas, consistió en la extracción de los tesoros artísticos albergados en el templo y de los materiales que, como el mármol, podían reutilizarse para otras obras. La segunda, más duradera y costosa, supuso la demolición en sí misma, una tarea que se concluyó a finales de año.
El proyecto de Palacio de los Soviets fue encargado al arquitecto Iofán, quien, dentro de los cánones del colosalismo clasicista de la época de Stalin, diseñó un edificio de mayores dimensiones. La altura prevista pretendía llegar a 415 metros, incluyendo una estatua colosal de Lenin que estaría situada en su parte superior.
Llegada la Segunda Guerra Mundial sólo se había construido parte de los cimientos y a su término, con un país devastado, el proyecto quedó paralizado, hasta que se instaló la piscina pública y al aire libre, para lo que se aprovecharon las aguas termales que fluyen en el subsuelo.
La presidencia de Boris Yeltsin, ya desaparecida la URSS y al frente de la nueva Rusia, supuso un intento de recuperación de los símbolos de otras épocas, incluyendo los religiosos. La catedral de Cristo Salvador se convirtió, pues, en una de las prioridades. Es lo que ayuda a entender que su reconstrucción se consiguiera en el tiempo récord de los cinco años que transcurrieron entre 1995 y 2000.