Una expresión en desuso cuando alguien reacciona con sorpresa por algo que ha ocurrido es la de "ay, la Virgen". Y es lo que se me ha venido a la cabeza en relación a la polémica abierta estos días con el voto favorable del grupo municipal de Podemos en el pleno del ayuntamiento de Cádiz para conceder a la Virgen del Rosario la medalla de la ciudad. Si atónito me quedé luego cuando leí o escuché -no me acuerdo cómo- los argumentos que después dio el alcalde, José María González "Kichi", más todavía me estoy quedando con el reguero de declaraciones de apoyo que ha recibido por parte de personas relevantes de su partido, léase, por orden de aparición, Juan Carlos Monedero, Pablo Iglesias, Teresa Rodríguez o Ramón Espinar. Por otra parte, las críticas lanzadas desde el seno de Podemos, del conjunto de la izquierda o de los grupos que defiende la laicidad no han sido pocas y menos, suaves. El propio Alberto Garzón dijo ayer algo parecido a que las medallas le gustan poco y menos que se concedan a "seres inanimados".
Da la casualidad que las no pocas concesiones de medallas que durante el gobierno del PP se han hecho a las vírgenes, han sido motivo de crítica por la dirigencia de Podemos sobre la base de la no injerencia de la esfera religiosa en el mundo de los poderes públicos. Ahora, sin embargo, la han admitido, con argumentos poco consistentes como el número de firmantes de la petición, el carácter popular de la devoción, que no tienen que ver con la Iglesia Católica...
El error de Kichi y de quienes lo han apoyado no está en que cada cual pueda sentir la devoción sobre lo que quiera -faltaría más- o desee reconocer el significado de lo que la gente pueda sentir. El error está en pretender que una institución pública sitúe la esfera de lo religioso en su propio ámbito, no impidiendo estrictamente que todo lo relativo al mundo de las creencias quede fuera. ¡Ay, la Virgen, en qué lío se ha metido esta gente de Podemos! Y esta vez no porque se haya topado con la Iglesia.