Hace algo más de dos décadas, entre 1993 y 1994, Eric Hobsbawm escribió un nuevo libro al que tituló Age of extremes. The short twentieth century. 1914-1991, si bien, en la edición española se tradujo como una Historia del Siglo XX. 1914-1991 (Barcelona, Crítica, 1995). Quiso definir al siglo que fenecía como "el siglo corto", al situarlo entre dos fechas, correspondientes a dos acontecimientos relevantes: el inicio de la Gran Guerra y la desaparición de la URSS. Recientemente Josep Fontana ha vuelto a escribir un nuevo libro, dando muestras de su prolífica actividad como historiador, esta vez con El siglo de la revolución. Una historia del mundo desde 1914 (Barcelona, Planeta, 2017).
Hobsbawm acababa el libro advirtiendo dos cosas: una, que lo que hubiera de venir no debería serlo "prolongando el pasado o el presente", y la otra, que, de construirse el nuevo siglo sobre las bases del XX, el precio del fracaso sería "la oscuridad". Se trataba de unas reflexiones puramente retóricas, dada la imprevisibilidad de lo que el futuro puede deparar, pero que, no obstante, conviene situar como la expresión de un historiador, también testigo activo de la época que había analizado, que quería dejar constancia de un deseo. Al fin y al cabo era el momento en que se habían iniciado las guerras en Yugoslavia, lo que quizás debería significar para él que, de seguir por ese camino, el futuro europeo no iba a ser nada halagüeño. De hecho su libro empezaba haciendo alusión a la visita a Sarajevo de François Mitterrand, por entonces presidente de Francia, precisamente el día, 28 de junio, en que un siglo antes había tenido lugar el célebre atentado que dio origen a la Gran Guerra.
Fontana ha partido también de 1914 como el momento de inicio de un siglo y ha seguido, grosso modo, la misma línea de desarrollo del relato sobre grandes etapas: los decenios de las dos guerras mundiales, la gran crisis del capitalismo y, por supuesto, de la revolución rusa y la formación de la URSS; las tres décadas de crecimiento económico y pacto social en el mundo occidental desarrollado, de Guerra Fría y de la descolonización y aparición del Tercer Mundo; y los años de la crisis del capitalismo, la decadencia de la URSS, la revolución conservadora, la reactivación de la Guerra Fría y el desmoronamiento final del bloque socialista.
Pero Fontana no se ha quedado donde lo hizo Hobsbawm, delimitando el final de "su siglo corto", sino que ha proseguido su relato en el cuarto de siglo siguiente en un doble sentido. Uno, quizás simbólico, haciéndolo coincidir con el centenario de la revolución rusa, que está presente en el título dada la trascendencia que tuvo en las décadas siguientes. Y el otro, no precisamente por capricho, teniendo en cuenta que lo que ha ocurrido desde 1991 ha sido (y está siendo) una continuación de la tercera de las grandes etapas del siglo XX, la que se inició en los años 70, con la crisis del petróleo de 1973 como principal referente, que acabó permitiendo la recuperación de mayor poder por parte de las clases dominantes, que coincidió con la crisis y desmoramiento del bloque socialista, y que en ningún caso ha dado lugar a una nueva época de paz, libertad y felicidad dentro del marco del modelo capitalista, tal como vaticinaban ideólogos como Francis Fukuyama (sobre quien basó su libro La historia después del fin de la historia. Reflexiones acerca de la situación de la ciencia histórica. Barcelona, Crítica, 1992) y el numeroso coro de voceros que lo aireaban.
Para mí la cuarta parte es la que me resulta más interesante, en la medida que lo que hace es analizar nuestro tiempo, el que estamos viviendo, pero entroncándolo directamente con la tercera de las etapas. Es algo que Fontana ya planteó y desarrolló en una obra anterior, Por bien del imperio. Una historia del mundo desde 1945 (Barcelona, Pasado & Presente, 2011), y sobre lo cual vuelve a incidir.
Para él lo que vino después de 1991 no ha dejado de ser una continuación de los planteamientos que se hicieron en los años 70, que se empezaron a poner en práctica casi de inmediato y que acabaron inundando las decisiones políticas de los 80 y los 90. La contrarrevolución conservadora de los 80 no fue otra cosa que el comienzo de la etapa del neoliberalismo capitalista, que sigue aún en nuestros días en su camino de desmantelamiento de las conquistas sociales extendidas en las décadas siguientes a la 1945. A su vez, el triunfo de Occidente, con la superpotencia imperial de EEUU al frente, no ha supuesto la llegada de ese mundo mejor pregonado, sino todo lo contrario, con una nueva proliferación de guerras y situaciones de violencia.
Fontana resalta que ya a principios de los 70 empezaron a surgir planteamientos dentro del sistema capitalista de ponían en duda que el crecimiento económico pudiera ser ilimitado, como se hizo, por ejemplo, desde el Club de Roma. La crisis del petróleo puso a prueba al sistema, al incidir sobre una de las bases de ese crecimiento. No se olvida de señalar a la presidencia de Jimmy Carter como el momento en que empezó el resquebrajamiento del pacto social creado tres décadas antes: el rechazo a la formación de una oficina de representación de consumidores y, sobre todo, a la aprobación de una ley de reforma del trabajo (p. 427 y ss.), que ambos casos supuso la intromisión directa del empresariado en el mundo de las decisiones políticas. Fue el inicio de la gran divergencia, como Paul Krugman denominó al nuevo paradigma social, en el que la gente rica recuperó su protagonismo sin complejos para acaparar aún más, a la vez que se fue empobreciendo a amplios sectores de población de los países más desarrollados y se siguió condenando a la miseria a miles de millones de personas.
La presidencia de Carter, pues, como antecesora, aunque fuera en pequeño, de lo que los gobiernos de Thatcher, en el Reino Unido, y Ronald Reagan, en EEUU, expandieron a lo largo de la década de los 80, dentro de la denominada como contrarrevolución conservadora.
El análisis que hace Fontana de los últimos 25 años parte de esos cambios previos, desentrañando que lo habido ha tenido poco de logros en todos los campos y mucho de regresiones, todo ello teñido de más pobreza, más desigualdades, más violencia, menos democracia y menos derechos humanos. Un cuarto de siglo que ha conocido otra crisis profunda, la de 2007-2008, que ha acelerado el ritmo en el proceso iniciado años atrás.
Hobsbawm y Fontana son dos historiadores con importantes nexos comunes: el haber militado durante algún tiempo en el partido comunista de sus países respectivos; su pertenencia al campo del marxismo como tendencia historiográfica; el dar a lo político en la investigación histórica una dimensión no menos importante que lo económico; y el haber formado parte de esa convicción que entiende la evolución humana como un proceso de progreso hacia la libertad y al igualdad, pregonado desde la revolución francesa y continuado por las internacionales obreras.
El historiador británico nos dejó escritas en sus memorias Años interesantes. Una vida en el siglo XX (Barcelona, Crítica, 2002) estas palabras, que son con las que acaba el libro: "Pero no abandonemos las armas, ni siquiera en los momentos más difíciles. La injusticia social debe seguir siendo denunciada y combatida. El mundo no mejorará por sí solo" (p. 379). El historiador catalán, por su parte, resalta en el libro que nos ocupa su intención de recuperar la política, pues a partir de ella "se puede aspirar a recuperar una dinámica que vuelva a hacer posibles los avances en la conquista de la libertad y la igualdad".