Cuando saltaron a la actualidad las concertinas de las vallas de Melilla y Ceuta no entendí el porqué del empleo permanente y abusivo de su nombre por los medios de comunicación. Me he negado desde el primer momento a utilizarlo, pues al fin y al cabo no deja de ser una nueva perversión del lenguaje.
¡Pobre concertina, ese instrumento musical de origen alemán y hermana mayor del bandoneón argentino! ¿A quién se le ocurrió poner ese nombre a unos aparatos de dolor y humillación contra
la gente -como lo son las alambradas con cuchillas- que no tienen nada que ver con el instrumento que permite que nos deleitemos con unas notas tan sublimes?