Hace poco más de una semana murió una de las figuras más destacadas de la España negra. Por lo visto, leído y escuchado, para mucha gente ha quedado como un santón de la democracia. Hoy ha comenzado el juicio contra el juez Baltasar Garzón -tengo pendiente dedicarle un artículo-, acusado de delito de prevaricación por pretender investigar los crímenes cometidos durante la guerra civil y el régimen franquista por parte del bando que resultó vencedor. La acusación partió de grupos de la ultraderecha, como Manos Limpias o Falange, y el Tribunal Supremo la ha admitido y por ello ha sentado en banquillo al juez.
Es un caso inaudito que quien buscaba investigar la violación de derechos humanos esté siendo juzgado. No existe otro precedente. Es un signo contrario a lo que en los últimos años está ocurriendo en diversos países, especialmente de América Latina, donde se está sentando en el banquillo y condenando a quienes participaron en la violación de derechos humanos durante las dictaduras que se instalaron en los años setenta. Al principio se aprobaron leyes que brindaron a esas personas, pero la persistente acción de las víctimas y sus familiares, de asociaciones de derechos humanos, de jueces e incluso de algunos gobiernos (por ejemplo, el argentino) han hecho posible que cese la impunidad. También es un signo contrario a lo que en su día ocurrió contra los dirigentes y personas involucradas en delitos contra la humanidad de los regímenes fascistas. Sólo el régimen fascista español quedó impune. Lo fue porque el contexto de guerra fría le lanzó un manto de silencio. Y en él quedaron decenas de miles de víctimas, cientos de miles. De gentes que fueron fusiladas, torturadas, encarceladas, maltradas, humilladas... De gentes -miles, decenas de miles, quién sabe si más- que están aún desaparecidas.
Días antes el mismo juez ha sido juzgado, estando pendiente del veredicto, por otra acusación de delito de prevaricación, esta vez relacionado con la investigación de la trama Gurtel. En este caso la acusación partió de las defensas de las personas investigadas, que son personajes relevantes del PP, tanto cargos públicos (Francisco Camps o Ricardo Costa, entre otros) como gente del aparato interno.
Todo esto es la España negra. Es fuerte y, lo que es peor, se siente fuerte. Parece como si la frase que en su día pronunciara el dictador cuando estaba a punto de fenecer, allá por 1975, -"tengo todo atado y bien atado"- siguiera teniendo vigencia. Quedan muchos restos de ese pasado negro. Y han germinado muchos más. Hay veces que los versos de Jaime Gil de Biedma -"De todas las historias de la Historia / sin duda la más triste es la de España"- se cargan de significado. De triste significado. De terrible significado.