Lo ocurrido días pasados en varios barrios de Londres y de otras ciudades británicas no ha gustado al gobierno, ni a los tres partidos gobernantes ayer y hoy, ni a la mayoritaria gente de orden. La idea de gamberrismo o delincuencia subyace en la valoración de los acontecimientos. Es fácil hacer uso de buena parte de las recogidas imágenes para crear una opinión que, distorsionada casi siempre, sólo se basa en los síntomas, pero no en la causa. Tampoco ha gustado lo ocurrido a quienes, de distintas formas, combaten el sistema, al contemplar cómo la energía empleada por sus protagonistas apenas refleja una rabia social expresada en una violencia ciega que lo único que hace es alimentar a quienes sólo defienden el orden establecido. Una energía que proviene de la frustración social de quienes no son más que los desechos de un sistema que genera cada vez mayores desigualdades sociales. No se trata de pobres, al menos como lo hay en los países del Tercer Mundo, pero sí de gente que, en mayor o menor grado, está sufriendo en los países ricos las consecuencias del neoliberalismo y de la crisis que está conociendo: trabajo precarizado, desempleo, servicios sociales deficientes, exclusión social...