He leído anteayer en el diario Público un reportaje dedicado a una encuesta sobre distintos aspectos de la inmigración en España. Lo que más me ha llamado la atención es el bajo grado de solidaridad que tienen las personas que se declaran católicas. A la pregunta sobre "la inmigración como lastre para la economía", el 41% frente al 38% de quienes se consideran practicantes responde que sí; un 36% frente al 49%, quienes se consideran católicas no practicantes; y un 19% frente al 71%, no creyentes y personas ateas. A la pregunta "en España no cabemos todos...", siguiendo el orden anterior, los resultados son: 47% y 35%; 49% y 45%; y 25% y 69%.
En las últimas semanas los señores obispos no han parado de pontificar sobre la degradación moral de la sociedad española. Se ha aludido a temas como el aborto, los crucifijos en las aulas, el divorcio y hasta el tal Munilla no se le ocurrió decir otra cosa que lo de Haití no era tan grave como la degradación moral. Uno, que todavía se acuerda de lo que nos contaban en la niñez sobre hacer el bien, la virtud de la caridad, lo del camello por el ojo de la aguja, la gente rica y el cielo, y tantas cosas de ésas, se pregunta si no es degradación moral que el mundo católico muestre tanta insensibilidad hacia las personas inmigrantes. Eso, según me enseñaron, es egoísmo.
Una de dos, o las personas que se dicen católicas, como sigan así, lo van a pasar mal ante san Pedro o a ver si no creyentes y personas ateas nos vamos a encontrar con la sorpresa de que nos inviten a entrar donde no creemos.
¡Ay, Señor, Señor!