He leído por la red un artículo en el diario Público titulado “Los católicos proponen invadir la política para eliminar la corrupción”. En él se alude a la Asociación Católica de Propagandistas, para quien la solución a los males políticos de nuestros días se encuentra en la aplicación de la moral católica a la vida pública, y con ella la lucha contra la corrupción, el laicismo, la anemia moral, la pasividad política, etc. Días pasados, el que fuera flamante número dos en la candidatura del PP por Madrid en 2008, Manuel Pizarro, ha dicho que la corrupción se combate “haciendo las cosas como Dios manda”. No está mal, viniendo de quien viene. ¿Qué entenderá él por corrupción, después de haberse llevado, dicen, diez millones de euros -casi dos mil millones de las antiguas pesetas- por dejar la dirección de ENDESA, una empresa donde ganó una gran popularidad por oponerse a que La Caixa controlara la eléctrica, favoreciendo a la empresa alemana E.ON?
La otrora tan influyente asociación católica, vivero de conspiradores contra la IIª República y de ministros de Franco en las primeras décadas de su dictadura (hasta que el Opus Dei la desplazó), parece que vuelve a la carga. El motivo de hacer este comentario por mi parte, que no pretende ser largo, es recordar lo que ocurrió en EEUU sólo unos pocos años atrás, desde finales de los 90. Allí fue donde se fraguó esa gran alianza política entre la derecha de los “neocon”, partidarios de políticas económicas ultraliberales, y de los sectores fundamentalistas cristianos, partidarios, a la vez, de la imposición de una moral rígida en la sociedad y el fomento del patriotismo. Su hombre fue George Bush hijo, o jr., dicho a lo yanki, ocho años presidente del país y artífice de una política interior y exterior para el imperio de la que ya conocemos sus resultados: de un lado, en su país, grave crisis económica, quiebra del estado, pérdida de poder económico en el mundo, corrupción, aumento de la pobreza…; de otro, contra otros países, guerras sangrientas en Afganistán e Iraq, resquebrajamientos de estados (Somalia, Paquistán…), amenazas (Corea del Norte, Irán…), intervenciones más o menos veladas en América (Venezuela, Honduras…). ¿Para qué seguir?
La otrora tan influyente asociación católica, vivero de conspiradores contra la IIª República y de ministros de Franco en las primeras décadas de su dictadura (hasta que el Opus Dei la desplazó), parece que vuelve a la carga. El motivo de hacer este comentario por mi parte, que no pretende ser largo, es recordar lo que ocurrió en EEUU sólo unos pocos años atrás, desde finales de los 90. Allí fue donde se fraguó esa gran alianza política entre la derecha de los “neocon”, partidarios de políticas económicas ultraliberales, y de los sectores fundamentalistas cristianos, partidarios, a la vez, de la imposición de una moral rígida en la sociedad y el fomento del patriotismo. Su hombre fue George Bush hijo, o jr., dicho a lo yanki, ocho años presidente del país y artífice de una política interior y exterior para el imperio de la que ya conocemos sus resultados: de un lado, en su país, grave crisis económica, quiebra del estado, pérdida de poder económico en el mundo, corrupción, aumento de la pobreza…; de otro, contra otros países, guerras sangrientas en Afganistán e Iraq, resquebrajamientos de estados (Somalia, Paquistán…), amenazas (Corea del Norte, Irán…), intervenciones más o menos veladas en América (Venezuela, Honduras…). ¿Para qué seguir?
Aquí todavía hay un señor, con bigotes, que sigue presumiendo de haber alcanzado con su gobierno el reconocimiento internacional de España como potencia de primera. Fue el que se fotografió, con sus piernas sobre la mesa y no recuerdo si con puro en la mano, con los señores de la guerra Bush y Blair. Ahora vienen esta asociación católica, de negro pasado, y el señor Pizarro, cazador de fortunas, con las palabritas en cuestión. De la jerarquía eclesiástica no quiero extenderme, pues tengo en mente un comentario o artículo específico para ella, pero no para de pontificar sobre lo humano, pues de lo divino no procede referirse.
Voy a acabar esto con una frase que, creo, viene al pelo: “que Dios nos coja confesados y confesadas”.