Afganistán es una de esas guerras que no han calado en la opinión pública de los países occidentales para que se hayan generado movilizaciones de respuesta a lo que allí está sucediendo. ¿Por qué no se moviliza la gente? Quizás porque los talibán no sean un grupo que haya gozado de simpatía, dado su fundamentalismo religioso, sus medidas retrógradas y la situación a la que han condenado a las mujeres de su país. Creo que en el caso de España también por el miedo que tiene mucha gente de la izquierda social y política a desgastar a un gobierno bajo el riesgo de fortalecer al PP, partido al que no se quiere en el gobierno ni en pintura.
El gobierno del PSOE presidido por Rodríguez Zapatero se ha involucrado en el conflicto desde el principio de su primer mandato en 2004, después de que tomara la decisión oportunista, por los votos que le dio en las elecciones de ese año, de sacar las tropas de Irak. Una presencia española que parece que va a más, máxime cuando el presidente de EEUU, Obama, ha encontrado en el jefe de gobierno español un aliado importante. Esa especie de esquizofrenia política hace que se mire para otro lado en las cosas que no gustan del gobierno del PSOE.
Recuerdos de otro tiempo
Afganistán empezó a ser actualidad en 1979. Antes poco se sabía de ese país. Quienes, por suerte, habíamos estudiado el bachillerato elemental, sabíamos que se encontraba en Asia, entre Pakistán e Irán (más difícil nos resultaría saber que al norte se encontraba la URSS) y que su capital era Kabul. También nos contaban que era el país más pobre de Asia, como se decía lo mismo de Albania en Europa. En mi caso había podido ver, allá por 1972, una película sobre ese país, en el colegio de curas donde estudié hasta 5º (algún día le dedicaré algún comentario al Maestro Ávila de Salamanca), titulada Orgullo de estirpe y que años después la volví a ver por televisión. Por esto último supe que estaba dirigida por John Frankenheimer y que tenía como protagonista el famoso Omar Sharif. La primera vez que la vi me atrajo más por ser una película de acción, muy en la línea de los westerns, que por su contenido. Ya en los 80 y en pleno conflicto militar entre el gobierno, que recibía la ayuda directa de la URSS, y las guerrillas fundamentalistas, armadas por EEUU y Arabia Saudí, apoyadas por las potencias y con apoyo logístico en Pakistán, cuando la vi por segunda vez, comenté sobre ella a algún amigo (¿a Chema, a Manolo, a los dos?, que lo que se dilucidaba en esos momentos en Afganistán era mantener o acabar con lo que la película reflejaba.
¿Y qué exactamente? El título de la película, Orgullo de estirpe, es muy elocuente. Trata de una competición con caballos, llamada buzkashi, cuyos jinetes, avezados en el manejo de esos animales y haciendo uso de una extrema dureza en sus formas, pugnan por un ternero. El triunfo o la derrota tienen relación con una forma de vida donde el honor es lo más importante. Pero no un honor individual, sino el del grupo al que pertenecen, es decir, la tribu, la estirpe. Todo lo que rodea a la película, acciones espectaculares aparte, es una sociedad de carácter clasista e intensamente patriarcal, donde las mujeres quedan relegadas a ser meros objetos, siempre al servicio de los varones.
A finales de 1979, cuando se inició lo que se conoció como invasión soviética de Afganistán, yo todavía militaba en el PT, Partido de los Trabajadores tras la unificación con la ORT, aunque al poco tal unificación se fue al traste y en unos meses lo que quedaba del antiguo PTE acabó por autodisolverse. La postura del partido era crítica con la URSS y más en línea de lo que defendía China. El gobierno de este país se basaba en la doctrina de la libre decisión de los pueblos, de manera que cada país o territorio debía resolver sus propios conflictos internos sin injerencias exteriores. Eso es lo que se decía en las publicaciones oficiales, de manera que sus militantes tendíamos a reproducirlo. No obstante, la postura de China tenía un trasfondo internacional más complejo. De un lado, la ruptura política con la URSS a principios de los 60 le había llevado diez años después a una alianza con EEUU (todavía recuerdo las imágenes por televisión de la llamada “partida de ping-pong” y el posterior encuentro entre Nixon y Mao en Pequín). De otro, teniendo en cuenta que China mantenía litigios políticos y territoriales con India (por ejemplo, el Tibet) y que ésta y Pakistán, a su vez, eran enemigos irreconciliables desde la independencia de la gran colonia británica en 1949, el cuadro geopolítico resultaba claro.
Al principio discutí mucho con algunos compañeros y amigos de clase acerca del problema, defendiendo por mi parte el argumento de mi partido frente a lo que ellos llamaban el internacionalismo proletario, que permitía que un país ayudara a otro en nombre del socialismo. Con el tiempo fui cambiando mi posición, como respuesta a la reactivación de la política armamentista e intervencionista, y los primeros pasos del neoliberalismo, que los EEUU, ya con Reagan, y el Reino Unido, con Thatcher, habían desplegado. Mis conversaciones con Chema y Manolo acabaron por mi parte defendiendo la intervención soviética, como una forma de acabar no sólo con la reacción afgana, que se manifestaba mediante grupos fundamentalistas en lo religioso, medievales en el modelo social y aliados del imperio estadounidense, que además los armaba y utilizaba. Defendíamos los avances que se iban dando en Afganistán mediante la reforma agraria, el fomento de la educación, la incorporación de la mujer a la vida pública, la laicidad… Nos escandalizaban las noticias que obteníamos en "otros medios" sobre la represión que los guerrilleros realizaban preferentemente contra las escuelas y las personas dedicadas a la docencia en las aldeas del país, una forma de acabar con lo que podía resultar el símbolo de una modernidad progresista frente a la tradición oscurantista y retrógrada. Nos recordaba la represión que sufrió el magisterio en nuestro país durante la guerra y la posguerra, también con numerosas personas entregadas a llevar por los lugares más recónditos la cultura y educación negadas secularmente.
Durante mi estancia en Bulgaria en 1984 conocí a una muchacha afgana. Era más joven que yo. Quizás podía tener unos 18 años. Era muy bella y vestía a la manera occidental, como todas la mujeres extranjeras que estudiaban en Sofía, bien en la universidad o bien la enseñanza media. Apenas pude hablar con ella, pues el idioma era, en esos momentos, una barrera. Sí se refirió a su país como un país en guerra, pero con la esperanza de ir mejorando. Su estancia en Bulgaria respondía precisamente a la necesidad de formarse de cara al futuro. Me llamó la atención la timidez con la que actuaba con los varones, con gestos que huidizos que parecían inconscientes, quizás reflejo de la cultura sexista que había limitado la autonomía de las mujeres. Allí en Bulgaria conocí a mucha gente de diversos países y continentes, y las mujeres de los países del Tercer Mundo actuaban con la misma normalidad que lo hacían las mujeres europeas, en ese caso orientales. Me he preguntado muchas veces que habrá sido de esa muchacha, cuyo nombre he olvidado, teniendo en cuenta lo ocurrido en su país al cabo de los años, si es que regresó a él.
Los 80
Hoy percibo esos años, los 80, como el último impulso en los países del Tercer Mundo por buscar desde amplios sectores de la población una salida al dominio de sus oligarquías y el imperialismo estadounidense (1). En Asia fue significativa la revolución iraní de 1979, que desembocó en un régimen teocrático y antiestadounidense que ha acabado pactando con la oligarquía. En el caso de Latinoamérica, tras la derrota política sufrida en el Cono Sur en los años 70 con las dictaduras sangrientas de los Pinochet, Videla y compañía, Centroamérica se convirtió durante un tiempo en un espacio donde las expectativas revolucionarias fueron tomando cuerpo. El triunfo del Frente Sandinista en Nicaragua, también en 1979, abrió un camino que El Salvador, en mayor medida, y otros países intentaron también. La intervención de EEUU, con Reagan y Bush padre al frente, no se dejó esperar, acabando directa o indirectamente con todo atisbo de esperanza en esos países durante muchos años. EEEU no tuvo reparos en invadir la pequeña isla caribeña de Granada; de cercar a Nicaragua hasta ahogarla y provocar la caída del sandinismo; de rearmar a los gobiernos salvadoreño (que cometió las peores tropelías, incluso contra la Iglesia: Romero, Ellacuría y sus compañeros…), guatemalteco y otros; de detener en 1989, previo bombardeo sobre los barrios pobres de Panamá, a Noriega, inservible ya como agente de la CIA; de continuar con el bloqueo contra Cuba; y así un sinfín de actuaciones tendentes a acabar con “el peligro comunista”. La crisis de los regímenes del este de Europa, la caída del Muro de Berlín y el fin de la URSS, a caballo entre los 80 y los 90 supusieron el fin de la época iniciada en 1945. Ya no había Guerra Fría, ni mundo bipolar, sino hegemonía de EEUU y sus aliados.
En Europa occidental fueron unos años de fuerte lucha ideológica, pero también de importantes movilizaciones pacifistas y antimilitaristas. Fue el momento en que surgieron los partidos verdes, que irrumpieron en los parlamentos con cierto aire fresco. En todo caso, la consolidación del sistema capitalista era evidente desde hacía años, legitimado por el sistema político abierto que solía ir asociado y el consumismo dominante. En España asistíamos a la fase final del proceso de integración en ese sistema, que culminó el PSOE en 1986 desde el gobierno mediante la integración en la Comunidad Europea y la ratificación de nuestra pertenencia a la OTAN.
Las guerras
La que hoy es conocida como la primera guerra de Afganistán fue muy dura. Las víctimas y los gastos fueron cuantiosos. El periodista pakistaní Ahmed Rashid (2) habla de más de un millón de muertes, que la URSS se gastó unos cuarenta y cinco billones de dólares y que EEUU, por su parte, dedicó a las guerrillas cerca de tres mil millones entre 1980 y 1989, cantidad que aumentó entre cuatro y cinco billones hasta 1992; Arabia Saudí aportó la misma cantidad, lo que supuso un total de diez billones si sumamos las ayudas de otros países. Unos datos que difieren de los dados por Vicenç Navarro (3), haciéndose eco del historiador estadounidense Michael Parenti, para quienes EEUU y Arabia Saudí se gastaron en esos años 40 billones de dólares en apoyo de los mujaidines, que contaron a su vez con el apoyo de 100.000 musulmanes fundamentalistas de Pakistán, Arabia Saudí, Irán y Argelia.
Se ha argüido con frecuencia que la falta de unidad entre los grupos guerrilleros se debía a su diversidad étnico-religiosa y política. Que entre ellos fueron surgiendo unos señores de la guerra que acabaron rivalizando por conseguir desde sus propios "feudos" si no el poder total, al menos la hegemonía o una buena posición en el reparto de dicho poder. También se ha dicho que la aparición de los talibán supuso el vehículo principal para acabar con esas luchas intestinas, dada su intención de crear un estado unificado basado en un programa de desarme de la población, fundación de una república islámica y aplicación de la sharia como base jurídico-social del régimen, algo que no chocaba con buena parte de las tradiciones que se mantenían vivas en importantes sectores de la población y que permitía, a su vez, alcanzar la paz tras década y media de guerra. La conquista de Kabul por los talibán en 1996 y la posterior expansión hacia el centro y norte del país, poblados por hazaras (chiíes), uzbecos y tayikos, inició un nuevo periodo en la historia de Afganistán, corto, pero de extremo fundamentalismo religioso y normas sociales retrógradas, en especial para las mujeres, cuyas imágenes con los burkas ocultando todos sus cuerpos empezaron a recorrer el mundo.
Los talibán formaban entonces un grupo surgido en Pakistán, cuyos miembros se habían formado sobre todo en las escuelas coránicas o madrasas. Se ha especulado mucho sobre la razón de su triunfo, pero resultaría sorprendente que hubiera sido sólo por el mero hecho de representar una fuerza cohesionada con un espíritu religioso rigorista por encima de las influencias tribales. En parte representaban la segunda generación de la guerra, formada por los hijos desarraigados de la lucha contra la ocupación soviética, cuya dispersión les llevó en un buen número a Pakistán, donde se formaron en las madrasas (4), mientras la división de los grupos de la primera generación llevó a una situación insostenible desde que 1992 acabaron con el gobierno de Najibullah.
En 1996 Olivier Roy escribió en Le Monde Diplomatique (5) que los talibán fueron una creación de los servicios de inteligencia de Pakistán, dentro de un proyecto de absorción de hecho de Afganistán con el fin de garantizar el suministro de energía desde este país y las antiguas repúblicas asiático-centrales de la URSS, algo que, por otro lado, convenía a los intereses económicos y estratégicos de EEUU. En esos momentos existía un proyecto de construcción de un gasoducto desde las repúblicas ex soviéticas hasta Pakistán por el oeste de Afganistán, financiado por las compañías Unocal, estadounidense, y Delta Oil, saudí, además de otro proyecto posterior de oleoducto. Visto lo ocurrido después, resulta evidente la coincidencia de intereses estratégicos (económicos al margen, que también): fortalecimiento de Pakistán frente a la vecina India; triunfo de Arabia Saudí frente a Irán en la hegemonía fundamentalista islámica; pérdida de influencia de Rusia en la zona; y, ante todo, jugada maestra de EEUU, que podría consolidarse en la región frente a Irán y Rusia, sobre todo.
El análisis me resulta altamente interesante por el momento en que se hizo, sin que se supiera todavía hasta qué extremos iba a llegar el régimen de los talibán y, por supuesto, sin que se supiera que iba a surgir una segunda guerra de Afganistán en 2001, después del episodio de las torres gemelas de Nueva York. Dicho análisis puede extrapolarse a la actualidad y no queda desencajada ninguna pieza. Únicamente, si bien no lo previó Roy, que el esfuerzo bélico que ha iniciado EEUU y le están siguiendo bastantes países más, incluido el nuestro, está resultando muy superior a lo previsto, sin que se sepa todavía por dónde pueden ir las cosas.
Algunas reflexiones
No me atrevo a profundizar por ahora sobre lo ocurrido en Afganistán desde que en 1973 se instauró la república y los sucesivos gobiernos hasta 1992. Mucho se ha escrito de la influencia soviética en dichos gobiernos y en especial en el Partido Democrático del Pueblo (PDPA), equivalente al partido comunista. Dispongo de información contradictoria y muy pequeña. Lo que resulta llamativo es que quienes desde 1979 se dedicaron a financiar a los diversos grupos fundamentalistas y reaccionarios, son los mismos que auparon a los talibán y los sostuvieron en el poder durante varios años, y hoy mantienen a otros grupos cuyo pedigrí democrático brilla por su ausencia.
¿Y qué pasaba en Afganistán, mientras tanto? Pese a la retirada del ejército soviético en 1989, sorprendió que el gobierno afgano, dirigido desde 1986 por Najibullah, resistiera hasta 1992. ¿Por qué? No conozco con detalle lo ocurrido, pero frente a un enemigo fuertemente armado por EEUU y sus aliados, y el golpe psicológico que supuso la pérdida de la ayuda directa de una URSS agonizante, resistir tres años se ha explicado por la habilidad de Najibullah en los intentos de abrirse a algunos grupos de oposición y la promesa de un gobierno de coalición. Se ha mantenido también que su derrota final se debió a la defección de algunos de sus generales, como fue el caso del uzbeko Dostum, todavía hoy en activo. Por mi parte habría que añadir, con todas las reservas que se quiera, el apoyo a las conquistas sociales y políticas importantes conseguidas frente a lo que podía venir.
Para mí resulta evidente que la primera guerra de Afganistán, librada en plena Guerra Fría y con graves, si no de las más decisivas, repercusiones sobre la URSS, lo que hizo fue cerrar el inicio de un nuevo rumbo en la historia afgana. Un viejo territorio colonizado por el Reino Unido y utilizado interesadamente tras el proceso descolonizador, divisiones territoriales y étnicas incluidas (India y Pakistán, hinduistas e islamistas, pastunes de Afganistán y de Pakistán, Pakistán Occidental y Oriental, con India de por medio, división de Cachemira entre Pakistán e India... ¿para qué seguir?). La monarquía afgana representaba no sólo el atraso de un país colonizado, sino el de una sociedad anquilosada en unas estructuras tribales impregnadas de un fuerte clasismo, patriarcalismo y oscurantismo religioso-cultural. El 75% de la tierra era propiedad del 3% de la población (6), dentro de una economía abrumadoramente agraria. Las medidas que empezaron a aplicarse desde 1978, en que el PDPA accedió al gobierno, estuvieron dirigidas a erradicar esa herencia. Fueron pues los grandes propietarios de tierras y el clero retrógrado quienes se opusieron frontalmente a esas medidas, revolucionarias en sí mismas. Y, por supuesto, fueron los EEUU quienes lideraron en nombre de la libertad la financiación de los grupos armados que se fueron formando.
Michael Ignatieff ha reflejado la duda moral que azota a parte de la intelectualidad del sistema, en ocasiones inmersa también en el compromiso político (7). Sus escritos y su comportamiento, a modo de vaivenes, son parte de la responsabilidad compartida, si se quiere en distinto grado, de quienes han conducido a un callejón sin salida la situación en que se encuentra el Medio Oriente, sin que sepan cómo salir de él. “Si quienes actúan en nuestro nombre ejecutan a inocentes, (…) serán perseguidos por sus actos”, escribía al poco de iniciarse la segunda guerra de Afganistán en 2001; de inmediato, conocidas las primeras atrocidades de las fuerzas de la OTAN, añadió en el título de otro artículo: “¿Cómo sabremos cuando hemos ganado”? Él mismo no tuvo duda en apoyar el ataque contra Irak en 2003, pero cuatro años después pedir públicamente a Bush el fin de la guerra. El resultado de todo esto ya lo tenemos. Pero el pueblo afgano (y el irakí) y, por qué no destacarlo, las mujeres afganas (e irakíes) no han conseguido la libertad.
(1) Hobsbawm (1995, pp. 456-457).
(2) Rasidh (2002, p. 56). Los datos proceden de una publicación editada por ACNUR, institución vinculada a la ONU.
(3) Navarro (2009). La obra de Parenti se titula Afganistan. Another Untold Story.
(4) Rasidh (2002, p. 79 y ss).
(5) Roy (1999, p. 221 y ss.). El artículo es de 1996 y su autor era entonces el director de investigación del CNRS de París.
(6) Navarro (2009).
(7) Politólogo canadiense, estuvo vinculado en EEUU a grupos trotskistas y participó durante los años 60 en la oposición a la guerra contra Vietnam, de lo que actualmente se muestra autocrítico, y ha llegado a ser también vicepresidente del Partido Liberal en el siglo actual. Los artículos a los que me refiero son los cuatro indicados en las publicaciones consultadas.
Publicaciones consultadas
Aguar, Gilbert y otros: El Atlas de Le Monde Diplomatique. Valencia, Ediciones Cybermonde, abril 2003.
Ali, Tariq: "La “guerra buena” de Occidente en Afganistán se ha vuelto mala. Se precisa una solución local, no de una solución de tipo colonial". Transnational Institute, http://www.tni.org/, 1-07-2008.
"Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos". Departamento de Estado de Estados Unidos / Programas de Información Internacional, septiembre de 2002.
Gopal, Anand: "¿Quiénes son exactamente los insurgentes afganos? Los talibanes tal como son". Visiones Alternativas, http://www.visionesalternativas.com/, 11-12-2008. Gutman, Roy y Rieff, David (directores): Crímenes de guerra. Lo que debemos saber. Barcelona, Debate, 2003.
Hardt, Michael y Negri, Antonio: Imperio. Barcelona, Paidós, 2002.
Hardt, Michael y Negri, Antonio: Multitud. Guerra y democracia en la era del Imperio. Barcelona, Debate, 2004.
Hobsbawm, Eric: Historia del siglo XX. 1914-1991. Barcelona, Crítica, 1995
Huntington, Samuel P.: ¿Choque de civilizaciones? Madrid, Editotial Tecnos, 2003.
Ignatieff, Michael: "Nihilismo apocalíptico". En Revista de Occidente, Madrid, n. 246, noviembre de 2001.
Ignatieff, Michael: "¿Cómo sabremos cuándo hemos ganado?". En Revista de Occidente, Madrid, n. 246, noviembre de 2001.
Ignatieff, Michael: “Yo soy Irak”, El Mercurio (Chile), 6-04-2003.
Ignatieff, Michael: “Bush debe decidir, y pronto”. El País, 06-08-2007.
Leffler, Melvin P.: La guerra después de la guerra. Estados Unidos, la Unión Soviética y la Guerra Fría. Barcelona, Crítica, 2008.
López Arnal, Salvador: "La URSS, Afganistán y el prosovietismo de los años ochenta Catalunya". Rebelión, http://www.rebelion.org/, 28-01-2009.
Navarro, Vicenç: “Las raíces de la guerra de Afganistán”, Rebelión, http://www.rebelion.org/, 24-01-2009.
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(Publicado en www.rebelion.org el 15 de noviembre de 2009).