Leí el otro día una entrevista al antropólogo francés Claude Levi-Strauss, hecha en el año 2005, que reprodujo con motivo de su muerte reciente la revista Rebelión. Me llamó la atención su título, "Este mundo ya no es el mío", entresacado del final de la citada entrevista, después de una pregunta sobre el futuro: “No me pregunte nada de eso. Estamos en un mundo al que ya no pertenezco. El que conocí y amé tenía 1.500 millones de habitantes. El mundo actual tiene 6 mil millones de humanos. Ya no es el mío”. Ese mundo al que se refería lo vivió desde mediados de los 30, cuando empezó sus investigaciones con las comunidades “primitivas” de Brasil, a las que le siguieron otras tantas de tantos otros países y todos los continentes en un largo y fructífero trabajo científico.
Supe de Levi-Strauss por primera cuando estudiaba la carrera. Recuerdo que desde el 4º curso ya hablábamos sobre él varios compañeros y en especial sobre su influencia en el campo de la Historia, rivalizando, en cierta medida, con la concepción marxista en lo relativo a la noción de estructura. Alberto, Chema, Fernando, Santiago y yo formábamos ese grupo de jóvenes, dedicando largas horas a hablar y discutir sobre la historia. Nos unía, entre otras cosas, la identificación con el marxismo, llegando a realizar algún trabajo para la asignatura Teoría de la Historia, como fue uno basado en el análisis del libro Los métodos de la historia de Ciro F.S. Cardoso y Héctor Pérez Brignoli. Para ello nos nutrimos con la lectura de escritos de Vilar, Fontana, Braudel, Wallerstein, Harnecker, Duby, Le Goff, Althusser, Tuñón de Lara, Godelier, Thompson, Dobb, Brenner y otros más, amén de los clásicos del marxismo del XIX, es decir, Marx y Engels, y los del XX, como Lenin y Gramsci. No faltó la transmisión que Alberto, en mayor medida, nos hacía de sus conversaciones con miembros del departamento de Historia Medieval, por entonces un verdadero vivero de historiadores marxistas.
Supe de Levi-Strauss por primera cuando estudiaba la carrera. Recuerdo que desde el 4º curso ya hablábamos sobre él varios compañeros y en especial sobre su influencia en el campo de la Historia, rivalizando, en cierta medida, con la concepción marxista en lo relativo a la noción de estructura. Alberto, Chema, Fernando, Santiago y yo formábamos ese grupo de jóvenes, dedicando largas horas a hablar y discutir sobre la historia. Nos unía, entre otras cosas, la identificación con el marxismo, llegando a realizar algún trabajo para la asignatura Teoría de la Historia, como fue uno basado en el análisis del libro Los métodos de la historia de Ciro F.S. Cardoso y Héctor Pérez Brignoli. Para ello nos nutrimos con la lectura de escritos de Vilar, Fontana, Braudel, Wallerstein, Harnecker, Duby, Le Goff, Althusser, Tuñón de Lara, Godelier, Thompson, Dobb, Brenner y otros más, amén de los clásicos del marxismo del XIX, es decir, Marx y Engels, y los del XX, como Lenin y Gramsci. No faltó la transmisión que Alberto, en mayor medida, nos hacía de sus conversaciones con miembros del departamento de Historia Medieval, por entonces un verdadero vivero de historiadores marxistas.
Ese mismo curso y el siguiente escogí las optativas de Historia Contemporánea que impartía la catedrática Dolores Gómez Molleda y que en 4º centró en el estudio de la teoría histórica. Mi elección fue criticada infantilmente, por no decir sectariamente, por los otros compañeros, que eran “medievalistas” (y, por tanto, marxistas), dada la condición de la profesora, a la que se llamaba con frecuencia con el apelativo de “la Monja”. Si bien ella era proclive a la francesa Escuela de Annales, poniendo especila énfasis en la historia de las mentalidades, y crítica con la corriente marxista, lo cierto es que durante los dos cursos pude acceder a la lectura de numerosas obras, total o parcialmente, que me han ayudado de una manera importante a formarme. Por entonces fue cuando completé mi tendencia a leer profusamente, de manera que no hubo obra que no deglutiera, lo que sorprendía a mis compañeras y compañeros de asignatura, y facilitó que la profesora acabara reconociendo mi labor al final de los dos cursos y me diera su confianza en 4º cuando me encargó un tema de tesina de gran responsabilidad. Cuando le dije que quería hacerla, me contestó: “para ti tengo una cosa más importante. Vas a trabajar sobre la reforma agraria”.
Fue así como pude leer, además de los autores antes citados, a Bloch, Febvre, Carr, Parain, Finley, Schaff, Mandrou, Julliards, Nora, Furet, etc. También gracias a Gómez Molleda pudimos ver y escuchar en persona en esos años a Miklós Molnar, Madelaine Reverioux y François Furet, dentro de unas jornadas de investigación histórica que organizaba anualmente su departamento. Las clases de las materias optativas no eran aburridas y menos pasivas. Aunque a la profesora le gustaba llevar la voz cantante, cosa lógica, permitía, y fomentaba, la participación y discusión. Yo era el que más intervenía, además de por mi carácter de polemista (en el sentido de debatir para sacar algo positivo), porque iba preparado con las lecturas correspondientes y, por supuesto, por mi labor paralela con los compañeros del “grupo marxista” y lo que por mi cuenta hacía.
Como dije antes, Levi-Strauss era visto por entonces como un competidor de la escuela historiográfica marxista francesa y sobre todo la más influida por el estructuralismo de Althusser, en cuanto que desarrolló su teoría antropológica desde presupuestos estructuralistas e influyó en un sector de historiadores, como Le Roy Ladurie o el propio Braudel. Levi-Strauss se salía de la rigidez marxiana de la base material influyendo dialécticamente sobre la superestructura, al considerar que el lenguaje simbólico es la principal vía para analizar las sociedades en su totalidad, en cuanto que tal lenguaje supondría la forma de asegurar a los individuos y los grupos sociales una forma de comunicación entre ellos. A la vez, su estudio permitiría conocer los comportamientos de esos grupos y los modelos de relaciones sociales establecidos, como las de género, las materiales, etc. Sus investigaciones sobre las reglas del parentesco en las comunidades “primitivas” y dentro de ellas los papeles que juega la mujer, fueron reconocidas en la historiografía marxista, pero no así su aplicación en las formaciones sociales más evolucionadas.
Tras la lectura años después, a principios de los 90, de la obra Los historiadores marxistas británicos, de Harvey J. Kaye, pude comprender un poco mejor esa especie de acumulación de conocimiento que iba adquiriendo, no inconexo, pero sí incompleto. Me llamó la atención de ese libro la diferenciación que el autor hace de las tradiciones marxista británica y francesa. En líneas generales, la primera estaría fuertemente impregnada de la tradición empirista de la isla y la segunda, de la tradición racionalista cartesiana. La concreción de esas dos escuelas coetáneas, pero diferenciadas, ha dado lugar a dos maneras distintas de concebir la investigación histórica. En el Reino Unido ha habido un mayor interés por buscar la progresiva construcción de las realidades sociales, especialmente las de las clases subordinadas, lo que se conoce como historia de abajo-arriba. Es lo que han hecho Hilton en sus trabajos sobre el campesinado medieval; Hill, en los grupos populares en el contexto revolucionario del siglo XVII; Dobb, en la transición del feudalismo al capitalismo; o Hobsbawm y Thompson, en la clase obrera moderna. Para todos ellos las experiencias vividas en las luchas sociales y políticas es lo que ha conformado su existencia como clases históricas. El resultado sería, utilizando la terminología marxista, poner un mayor énfasis en las relaciones sociales y, como consecuencia, establecer una mayor conexión entre lo social y lo político. La aseveración que en su día hizo Thompson resulta muy ilustrativa: analizar la clase como suceso, no como objeto.
En Francia, por el contrario, se ha hecho más hincapié en la totalidad social como una estructura donde conviven distintos niveles. Desde el paradigma estrictamente marxista se ha destacado el modelo de la base económica / superestructura política e ideológica, la autonomía de cada nivel y la determinación en última instancia de lo económico. Teniendo en cuenta que esta tradición racionalista no es exclusiva del marxismo, otros paradigmas, más o menos próximos con aquél, como el de Annales o el estructuralismo de Levi-Strauss, también se han visto influidos. Incluso en el Reino Unido ha habido historiadores que se les puede encuadrar dentro del marxismo estructuralista, con Perry Anderson como el caso más relevante.
Cuando estos días he estado buscando información acerca de Levi-Strauss, releyendo algún trabajo sobre él (La estética de Levi-Strauss), buscando referencias en varios de los historiadores antes citados o en el antropólogo andaluz Isidoro Moreno (Cultura y modos de producción), encontrando por internet un artículo de Althusser de 1966 (“Sobre Levi-Strauss”) o leyendo, también por internet, pequeños artículos, he podido comprender mejor todo esto.
Para el padre de la antropología estructuralista, la estructura no es una realidad empírica que se pueda observar, sino un modelo teórico desde el que se puede explicar la realidad social. Huye, de esta manera, del modelo inductivo y con él de la observación permanente de los acontecimientos en principio aislados, aunque después puedan ser comprendidos desde su análisis a posteriori. Opta, por tanto, por el modelo deductivo, de base cartesiana y de las ciencias positivas actuales, desde la formulación de una hipótesis a verificar que sirva para construir una teoría explicativa. Para él las diferentes culturas, tan diversas a través del tiempo y en la actualidad, tendrían unos patrones comunes de conductas, mitos o lenguas, lo que permitiría entender sus características y los cambios que se producen en ellas.
Su obra ha sido ampliamente reconocida, incluso por quienes, de alguna manera, le han criticado en mayor o menor grado. Destaca, por ejemplo, el que haya ido perdiendo terreno en los estudios antropológicos, pero también de las otras ciencias sociales, el etnocentrismo dominante en favor de una mayor valoración de la pluralidad cultural. Considerándose él mismo marxista, fue duramente criticado desde ese campo por quienes, reconociéndole sus importantes aportaciones a mundo de la antropología, osó extender su teoría al conjunto de las ciencias sociales y en ella la Historia.
Sin embargo, las palabras con las que abrí este artículo, acerca de que “este mundo ya no es el mío”, quizás sean una manifestación de lo que el paso del tiempo marca en la vida y obra de las personas. En un mundo donde la globalización capitalista ha hecho que se vean cada vez más alteradas todas las sociedades y culturas (y en las más tradicionales, de una manera más feroz) por la penetración más intensa de las prácticas capitalistas, con unos cambios que se precipitan a un ritmo vertiginoso y una superpoblación creciente en los países más pobres, que son los más, ¿qué respuesta podría haber dado Levi-Strauss desde su modelo teórico explicativo de las estructuras socio-culturales, concebido para una época, la que vivió, tan distinta en tantos aspectos? ¿Acaso no fue excesivamente ambicioso en su propuesta? ¿Supone una rendición? ¿Escepticismo?
Creo que al margen de contestar afirmativa o negativamente, que no sevíría de nada, el conocimiento humano no es más que una continua búsqueda por comprender la realidad en todas sus manifestaciones. Si lo que hoy nos sirve para saber más, el que deje de servir mañana no significa que haya sido inútil, pues lo nuevo se construye desde las experiencias pasadas y las aportaciones del presente. Dotarnos de modelos teóricos para intentar comprender la realidad pasada y presente no tiene por qué ser incompatible con aprender de las experiencias vividas. Para quienes nos planteamos proyectos sociales vitales para el presente desde posiciones igualitarias en todos los órdenes de la vida, respetando la pluralidad de expresiones, el dotarse del conocimiento de la realidad sirve de gran ayuda. Pero esa conciencia de las cosas, para que sea útil, no debe separarse de la acción, de lo que Marx llamó praxis o, si se quiere, del suceso del que hablaba Thompson.