Tebas, la de las Siete Puertas, ¿quién la construyó?
En
los libros figuran los nombres de los reyes.
¿Arrastraron
los reyes los grandes bloques de piedra?
Y
Babilonia, destruida tantas veces,
¿quién
la volvió a construir otras tantas? ¿En qué casas
de la
dorada Lima vivían los obreros que la construyeron?
La
noche en que fue terminada la Muralla china,
¿adónde
fueron los albañiles? Roma la Grande
está
llena de arcos de triunfo. ¿Quién los erigió?
¿Sobre
quiénes triunfaron los Césares? Bizancio, tan cantada,
¿tenía
sólo palacios para sus habitantes? Hasta en la fabulosa
Atlántida,
la
noche en que el mar se la tragaba, los habitantes clamaban
pidiendo
ayuda a sus esclavos.
El
joven Alejandro conquistó la India.
¿Él
solo?
César
venció a los galos.
¿No
llevaba consigo ni siquiera un cocinero?
Felipe
II lloró al hundirse
su
flota. ¿No lloró nadie más?
Federico
II venció la Guerra de los Siete Años.
¿Quién
la venció, además?
Una
victoria en cada página.
¿Quién
cocinaba los banquetes de la victoria?
Un
gran hombre cada diez años.
¿Quién
pagaba sus gastos?
Una
pregunta para cada historia.
(Bertolt
Brecht)
Lucha de clases
No
todos los que construyeron las catedrales vieron lo mismo.
Unos
irguieron torres y pináculos a la luz del sol
y
llegaron al cielo; otros, hundidos en las criptas,
pintaron
infiernos a la luz de las velas, dejando en el suelo
el
lugar para los más anónimos de los muertos. Los
que
llegaron a la cima, recibieron la mirada divina y
vieron
el júbilo de las madrugadas primaverales; los
que
quedaron en el fondo, arrancando a la humedad de las paredes
el
gesto alucinado de los demonios, intercambiaron
obscenidades
y enfermedades. No obstante, la catedral
es
única, y quien la visita, apreciando la totalidad que, dicen,
nació
de una visión del absoluto, no piensa
en
pormenores. ¿Qué importancia tienen para nosotros
los
que trabajaron en la sombra, perdiendo la luz de los ojos con el
minucioso
dibujo, arrancando a lo oscuro, si lo que hoy se ve
es
ese contorno en que la piedra trabaja el cielo? Así,
se
concluye, que es de la desigualdad que nace
la
armonía, y es el desorden humano que hace brotar,
de la
nada, todo lo que admiramos.
(Nuno
Júdice)
El sueño
Los
gérmenes poéticos del sueño resultaron ser, no como los pobres profesores, los
mezquinos críticos realistas trataron de hacernos creer, un nuevo paraíso
inalcanzable, un espejismo, sino los gérmenes nocivos y actuante, los útiles
reactivos para corroer la infame realidad. El sueño no es un refugio sino un
arma.
Los
malos instintos de libertad danzan su ronda diabólica. ¡Fuera la conformidad,
la resignación, la medianía!. En su esputo negro ahóguense los bellacos, los
explotadores, los que aprovechan la miseria de los más, y la maldita
clerigalla, y el abominable espíritu religioso, y los fantasmas cristianos, y
los mitos del capital, y la familia burguesa, y la patria infamante.
La
libertad del hombre, es decir, el sueño acuñado en la realidad, la poesía
hablando por la boca de todos y realizándose, concreta y palpable, en los actos
de todos.
(Emilio
Adolfo Westphalen)