Esta noche ha muerto José María Galante, conocido también como Chato Galante. Una persona que fue a lo largo de su vida un resistente. Primero, desde joven, como luchador contra el franquismo, militando en la Liga Comunista Revolucionaria. Fue por ello detenido varias veces y estuvo entre las víctimas del torturador Antonio González Pacheco, conocido por "Billy el Niño".
Luego, desde principios de los años 80, participó en el incipiente movimiento ecologista, y en las movilizaciones pacifistas y antimilitaristas que se fueron dando para hacer frente a la presencia en la OTAN.
Pero nunca perdió de vista la memoria del sufrimiento de cuarenta años de franquismo. Hace unos años participó en la fundación de la Asociación La Comuna, que entre sus objetivos tiene desarrollar una estrategia jurídica de lucha contra la impunidad de los crímenes del franquismo. Gracias a la labor de esa asociación se ha logrado que la jueza argentina María Servini haya aceptado las querellas presentadas bajo el principio de crímenes contra la humanidad. Hasta ahora han sido alrededor de medio centenar las querellas, aunque la postura de la Justicia española está mostrando muy poco interés, amparada en que la ley de amnistía de 1977 ha dejado los crímenes prescritos. Una Justicia a la que no le importa ni la dimensión ni la naturaleza de lo que ocurrió, como tampoco que sigamos siendo el segundo país del mundo con más personas desaparecidas víctimas de la represión.
Hace cuatro años coincidí con él en Jerez de la Frontera en una reunión convocada para promover la presentación de querellas. Al año siguiente participó en el Congreso de historia "Las otras protagonistas de la Transición" celebrado en Madrid y asistí a la mesa donde se debatía sobre el tema. Aun siendo una tarea difícil, en esas dos ocasiones, como en algunas entrevistas en las que he podido escucharlo, dio muestras, siempre con su voz pausada y su semblante tranquilo, del entusiasmo de quien se siente cargado de razón.
Lo que no pudo en su día la dictadura, ahora lo ha hecho el maldito coronavirus. A pesar de todo, nos queda su infatigable trabajo por los derechos humanos, que es todo un ejemplo ético. El de un imprescindible.