La peste, de Albert Camus*, fue la novela propuesta en el mes de enero en el Club de Lectura del Trafalgar. Una decisión de la que ignoro si fue intencionada, pero que coincidió con las noticias que iban saliendo sobre lo que ocurría en China con la epidemia del coronavirus. Como la preocupación fue in crescendo, a lo largo de febrero se llegó a decir que habían aumentado las ventas del libro. Lo que resultaba lógico, teniendo en cuenta el tema que trata.
Han pasado unas tres semanas desde que acabé de leer la novela y casi dos desde que se inició la cuarentena general por el coronavirus. Mientras la leía, iba haciendo señales en el libro sobre aquellos aspectos que resultaban llamativos. Pretendía dejar algunas referencias de cara a una prevista tertulia que acabó siendo suspendida. Por eso no fui más allá y me dediqué a otras lecturas, entre ellas, la novela de Augusto D'Halmar Pasión y muerte del cura Deusto (Tafalla, Txalaparta, 2020).
Ha sido esta mañana cuando me ha dado por volver sobre La peste e indagar sobre ella. Y a ello me han ayudado las señales a las que antes aludí. Recordar sus personajes y sus actitudes, e intentar comprender mejor lo que Camus pretendía cuando la escribió.
Publicada por primera vez en 1947, fue al poco de acabada la Segunda Guerra Mundial. Por eso se ha buscado establecer un paralelismo entre el ambiente que se vive en la novela y el que se vivió durante el nazismo. No debemos olvidar que Camus fue un activo integrante de la resistencia francesa y tuvo por ello conciencia de lo que supuso en su país, ocupado entre junio de 1940 y agosto de 1944, y en Europa.
Es todo un canto a la solidaridad y, sobre todo, a la necesidad que tenemos de tenerla siempre presente. Es lo que permite que se pueda salir de las situaciones difíciles. Lo que hace que cada cual salga retratado según actúe en las circunstancias extremas.
Entre sus personajes podemos percibir el rotundo sentido del deber del doctor Rieux, pero también su capacidad de reflexión, que le lleva a entender, le guste o no, la reacción de la gente. La entrega generosa de Tarrou, que ha vivido durante buena parte de su vida con el recuerdo del horror de la ejecución que vio durante su adolescencia y que, descreído a su manera, se ha puesto al servicio del combate contra la peste. Las contradicciones del cura Paneloux, feroz en los sermones en que recordaba los pasajes bíblicos sobre el castigo divino de quienes se apartaban del buen camino, pero entregado finalmente a salvar vidas reales. La evolución del periodista Rambert, al principio sólo preocupado por irse de la ciudad y luego decidido a quedarse para no avergonzarse ante su mujer y porque, al fin y a cabo, no dejaba de ser uno más de la ciudad. El más que oportunismo de Cottard, que aprovechó la situación para que se diluyera el caso por el que era investigado y, de paso, para sacar partido de sus negocios ilícitos. O la generosidad y coherencia de Grand, un aparentemente anodino funcionario del ayuntamiento que, además de su colaboración, acabó aportando al narrador, con las notas que tomaba, los datos que necesitaba para poder completar el relato.
Y, en efecto, el doctor Bernard Rieux (¿alter ego del propio Camus?) como protagonista-narrador de La peste, el mismo que al final de la novela, cuando parece que todo ha acabado, nos deja esta seria advertencia: "Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada (...), que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido".
¿Es Camus, en su existencialismo filosófico, pesimista y nihilista? Periodista, literato y filósofo, es un pensador complejo. Pero, vista lo que fue su vida, nada más lejos de la realidad. En su obra El hombre rebelde**, publicada cuatro años después, dejó escrito lo siguiente: "En el mediodía del pensamiento, el rebelde rehúsa así a la divinidad para compartir la luchas y el destino comunes. Nosotros elegiremos Ítaca, la tierra fiel, el pensamiento audaz y frugal, la acción lúcida, la generosidad del hombre que sabe".
*Barcelona, Seix Barral, 1983; traducción de Rosa Chacel.¿Es Camus, en su existencialismo filosófico, pesimista y nihilista? Periodista, literato y filósofo, es un pensador complejo. Pero, vista lo que fue su vida, nada más lejos de la realidad. En su obra El hombre rebelde**, publicada cuatro años después, dejó escrito lo siguiente: "En el mediodía del pensamiento, el rebelde rehúsa así a la divinidad para compartir la luchas y el destino comunes. Nosotros elegiremos Ítaca, la tierra fiel, el pensamiento audaz y frugal, la acción lúcida, la generosidad del hombre que sabe".
** Madrid, Siglo XXI, 2000.