Desconocía hasta hace poco la existencia de las hermanas Pepita y Elisa Úriz Pi. Nada raro, teniendo en cuenta que, como ocurre en tantas otras personas, hayan sufrido un olvido inmerecido. Nacidas en Navarra (Pepita, en el Valle de Egués, y Elisa, en Tafalla), estudiaron magisterio en Madrid, desarrollaron su actividad profesional en Cataluña y acabaron en el exilio tras la guerra, primero en Francia y finalmente en la República Democrática Alemana.
Fue en 2015 cuando el ayuntamiento del Valle de Egués-Eguesibar llevó la iniciativa de organizar un homenaje, que tuvo, entre otras cosas, la dedicación del nombre de un colegio a la figura de Pepita. Y fruto de ese trabajo es el libro que acabo de leer estos días: Pioneras. Historia y compromiso de las hermanas Úriz Pi (Tafalla, Txalaparta, 2018), escrito por Manuel Martorell, Salomó Marquès y Mª Carmen Agulló. Un trabajo que abarca, según la autoría, tres aspectos diferentes, pero sin que dejen de estar relacionados entre sí.
Martorell se centra más en lo biográfico, tocando tanto lo político como lo pedagógico, y teniendo en cuenta que, nacidas a finales del siglo XIX, vivieron diferentes situaciones históricas: en España, los años finales de la Restauración, la Dictadura de Primo de Rivera, la Segunda República y la Guerra Civil; y en el exilio, la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría. Llama la atención el hecho de que, siendo hijas de un militar (que, además, combatió al carlismo, el cantonalismo y el independentismo cubano), se les fomentara una formación académica acorde con su capacidad, y una visión de la vida basada en la autonomía personal, el laicismo y el librepensamiento. Eso las llevó a ser pioneras en muchas cosas, trasgrediendo el orden establecido en lo político, lo religioso y el patriarcado. Políticamente fueron evolucionando desde el republicanismo al socialismo y finalmente, al comunismo. En el caso de Elisa destaca el papel jugado desde la Federación Democrática Internacional de Mujeres para que se declarara un Día Internacional de la Infancia, lo que finalmente fue aprobado por la ONU en diciembre de 1954.
Marquès, por su parte, hace un repaso del papel que jugaron como formadoras en las escuelas normales de magisterio e impulsoras de nuevos planteamientos educativos. Lo hicieron por iniciativa propia, formando parte de colectivos renovadores de enseñantes y del sindicato FETE/FCTE de la UGT, y, ya durante la Guerra Civil, trabando desde la administración catalana. Una labor que continuaron, en circunstancias distintas, en Francia y la RDA. Primero Pepita, que era la mayor, y luego también Elisa aplicaron su visión de la vida al mundo de la pedagogía, acogiendo, cuando no introduciendo, los planteamientos renovadores que iban surgiendo, como los de Freinet, Dalcroze, Decroly, Montessori, Piaget, etc. Participaron activamente en el corazón del movimiento Batec (latido), nacido en los años 20 y en efervescencia durante los 30, donde buscaban hacer una realidad el modelo educativo de Freinet. Y durante la guerra estuvieron en el corazón del Consell de l'Escola Nova Unificada, donde impulsaron una educación basada en el racionalismo y la fraternidad.
Agulló, por último, se centra en Pepita y, concretamente, en las vicisitudes que sufrió en los años finales de la Restauración y durante la Dictadura de Primo de Rivera como consecuencia de las denuncias hechas desde los ámbitos eclesiásticos y conservadores y que con la Dictadura acabaron en duras sanciones. Pese a ello, desde el primer momento contó con un movimiento de solidaridad, que abarcó desde el mundo de la intelectualidad hasta parte de sus compañeros y compañeras del mundo de la docencia.
Una grata lectura y también, por qué no, un acto de justicia. Como pioneras y luchadoras en tantas cosas. Y es que personas, y mujeres, como ellas se necesitan muchas.