El día estaba soleado, dulce si se quiere, y había una marea baja que facilitaba transitar por la arena. Allí llegamos unas cuantas personas, hasta sumar medio centenar. Allí estaba el incansable Rafael, sospecho que el alma de la APDHA gaditana. Allí estaban miembros del grupo barbateño de la asociación. Y también, más gente que fue llegando, conocida o no. Un pequeño altavoz permitió que las palabras resonaran a más distancia. Que los textos de Galeano o Neruda pudiesen abrirse entre el aliento del viento y de las olas. Unas palas sirvieron para excavar en la arena y formar cuatro montones a modo de cuerpos humanos. Uno, pequeño, el de Samuel. Sobre ellos se pusieron unas zapatillas o unos zapatos. Y luego, flores. Rojas casi todas, algunas rosas y otras blancas. Al final nos acercamos a la orilla y se lanzaron al agua las flores sobrantes. Las flores que simbolizan la muerte de quienes fenecen en el mar. Desde hace años, bastantes por desgracia, este mar que baña nuestras costas y el próximo situado a unas cuantas millas más al este están siendo la tumba de mucha gente. A veces, sus orillas acogen algunos cadáveres. Como el de Samuel.