Hoy es el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Una fecha que lleva décadas celebrándose. No como un día festivo, pero sí reivindicativo. Sus orígenes están vinculados a las luchas de las mujeres trabajadoras cuando aunaban los derechos sociales con los políticos. Las mejoras salariales y en las condiciones de trabajo con el derecho a voto. Luchas que tuvieron, como tantas otras, su vertiente dramática. De muertes.
Hoy en muchos países, más del mundo occidental, los medios de comunicación dedican muchas páginas a ello, los lugares de trabajo suelen llenarse de carteles alusivos, en muchas aulas se realizan actividades didácticas y las calles suelen ser escenario de algún tipo de manifestación. El domingo pasado pudimos ver en una cadena pública de televisión la película Pan y rosas, de Ken Loach, lo que es de agradecer. Mujeres inmigrantes de hoy, del país más rico del mundo, que sufren la triple explotación: la laboral, la de género y la de origen. Es la realidad del neoliberalismo y el sistema patriarcal.
Del mundo las noticias negativas sobre las mujeres no paran, casi en una sucesión infinita. Hace unos días nos estremecimos del asesinato por parte de la mafia empresarial de Berta Cáceres, activista ecologista e indigenista hondureña. También, de la violencia sexual que sufren numerosas mujeres esclavizadas por los guerrilleros islamistas que combaten en el Oriente Próximo. O de los casos de violaciones masivas de mujeres que abundan en numerosas aldeas de la India. O de la explotación laboral llevada a cabo en el sureste asiático por el grupo de empresas textiles del hombre más rico de este país llamado España.
Aquí, en este país, la enumeración de este tipo de situaciones sería también interminable. Hoy ha sido noticia la propuesta de Podemos de cambiar el nombre de Congreso de los Diputados, de claro carácter sexista en su lenguaje, por el de Congreso, a secas. Oímos o leemos repetidamente acerca de la falla salarial que existe entre varones y mujeres. La página web del Betis ha tenido durante unas horas la camiseta de unos de sus jugadores que ha sido condenado por violencia de género contra su antigua compañera.
Del lugar donde trabajo también se pueden decir muchas cosas. Hace años, mientras dedicábamos tiempo e ilusión a organizar actividades didácticas, escuché de algunos compañeros preguntarse por qué no había también un día dedicado al trabajador masculino. El año pasado, resultado de un pequeño cartel puesto en una de las paredes del centro con una mujer vomitando machismo, hubo comentarios sobre lo desagradable de la imagen. En más de una ocasión ha habido gente, también mujeres, que han rechazado ponerse el lazo lila que repartíamos. El otro día, tratando de llevar a cabo una actividad para el día de hoy, escuché de una compañera que eran las amas de casa las que debían ser motivo de homenaje. Esta mañana he visto mucha desatención y alguna complicidad en la humilde actividad realizada. No digo que sea síntoma del tiempo que vivimos, porque, dependiendo de cada año, el ambiente ha sido diferente, en bastantes ocasiones bonito e incluso ilusionante.