Podría titular este poema: "Definición de ocaso".
La música va. Va en su línea. Ambienta mi poema.
Los pájaros, las nubes, el cielo...
La luz se apaga. La luz propia.
Cambian los colores. Varían. Se transforman.
Sin darme cuenta.
Azul.
Rojo.
Rosa.
Gris.
Morado.
Amarillo.
Colores de todos los colores.
¿Pero no es un poema del ocaso?
¿Por qué colores?
El ocaso, lo que muere, la muerte...
¿Y por qué muerte?
¿Ocaso y muerte?
Lo que había antes desaparece.
Se va a la luz, se apaga el día, la vida.
¿Se apaga o se duerme?
Gris.
Morado.
Todavía azul, amarillo, rojo...
Lentamente.
No oigo nada, sólo la música de fondo.
Todo cambia.
Post scriptum
Después lo vi amarillo
Más tarde se tornó rojo.
Después, morado.
Al final todo estaba oscuro, casi negro.
El ocaso se hizo realidad.
Yo lo vi.
El ocaso del astro celeste que nos ordena.
El ocaso del astro rey.
El ocaso del adorado.
(Salamanca, diciembre de 1984)
Tres circunstancias explican este poema: la música de Haydn, concretamente Las estaciones; la puesta del sol vista desde la ventana de mi casa; y mi propio estado de ánimo. Está construido en dos tiempos: antes de irme a trabajar, durante el atardecer, y al regreso, ya de madrugada. La imagen que lo ilustra, una de las que por aquellos años realicé, intentando captar ese momento del día con las pinturas de cera.