"Llevo como profesor en
Barbate desde 1989. Antes estuve en otros pueblos de Andalucía (Rute, Córdoba,
en la Subbética …; El Rincón de la Victoria , Málaga, en la Costa del Sol...). Y antes
de todo esto, en Málaga y, por supuesto, en la ciudad donde nací y estudié,
Salamanca, con la que me mantengo unido a través de un cordón umbilical de
recuerdos y presencias.
Llegué a este pueblo sin
saber cuánto tiempo iba a estar, pero el caso es que ha pasado un cuarto de
siglo y aquí sigo. Junto a la costa Atlántica. Mirando al otro continente. Y no
exagero. Llevo años en que casi cada día cojo mis bártulos de trabajo y me
dirijo hacia el Paseo Marítimo, en un rodeo intencionado que acaba llevándome
hacia el instituto. Años en que, con frecuencia, voy y vengo pisando la arena
de la playa, junto al agua. Resulta reconfortante. Como lo es vivir en un lugar
privilegiado de la naturaleza, a pesar de los peligros que nos acechan o de los
problemas que su realidad social nos depara. Pero la vida humana se muestra así
y lo ha hecho a lo largo de su historia.
No sé cuánta gente joven
ha pasado por mis aulas - ¿en torno a 2.000 quizás?-, pero, en todo caso,
bastante. Desde hace poco voy viendo, incluso, cómo van llegando hijos o hijas
de quienes di clase años atrás. De una u otra manera cada año les vengo a decir
que la vida es un permanente aprendizaje. Que ocurre desde que nacemos en la
familia. Que luego, también, lo hacemos entre amigos y amigas, en los centros
de enseñanza, en los medios de comunicación, en los viajes... Aprendemos de lo
que vemos y sentimos, de nuestros aciertos y errores, y, por supuesto, del
tiempo que dedicamos a leer, estudiar... Ante todo busco una máxima: comprender
desde la razón, no desde las creencias y las supersticiones. Una forma de poder
ir mejorando y, como personas que nos relacionamos, mejorándonos.
No sé tampoco el número de
profesores y profesoras con quienes he compartido sala, reuniones, anhelos,
discusiones… La mayoría se ha ido a otros lugares. Se fue gente entrañable para
mí, como Consuelo, con quien llegué desde Málaga. O, por supuesto, Mariano,
Paqui o Montse, cómplices, junto a Mª José, Luis o Joaquín, urdiendo aventuras
por las mujeres, el arte, la paz, Alberti o lo que fuera surgiendo. Una parte
pequeña se ha ido jubilando. Empezó el otro Mariano; luego le siguió
Victoriano; después, Joaquín y Abelardo; más tarde, Antonio, María, Diego,
Ignacio y Manolo; y en lo reciente, José Miguel y Mª José. Unos poquitos, por
desgracia, se nos han ido para siempre: Fernando, Javier, Esteban, Rafael, Luis
–el compañero, el hermano, el amigo-, el otro Rafael y me acabo de enterar que
Pablo.
De cuando llegué sólo
quedan dos: Leo y Mari Carmen. Tres somos, pues, los restos de los años 80. De
la década siguiente siguen Isabel, Vicente, Antonio, Beli y Marta, y hasta un vestigio
de entonces ha tornado –creo- para quedarse: Ramón. Del tránsito al nuevo siglo
están Isidoro y Agustín, y de las nuevas caras que han ido llegando, una de
ellas, la de una antigua alumna: la otra Mª José. Y como este acto pretende
recordar los lazos que unieron a dos pueblos en torno a un instituto, dos
profesoras lo ilustran mejor que nadie: Mª Ángeles, de la última hornada
vejeriega en el “Trafalgar”; y Olga, de las primeras en el “La Janda ”. Es el paso del
tiempo. El mismo que pende sin remisión".