El manifiesto parte de la
idea muy extendida en la ciudadanía europea de que “la sociedad de consumo
actual puede “mejorar” hacia el futuro (y que debería hacerlo)”, a la vez que
“buena parte de los habitantes del planeta esperan ir acercándose a nuestros
niveles de bienestar material”. El problema es que todo lo conseguido hasta
ahora se ha hecho “a costa de agotar los recursos naturales y energéticos, y
romper los equilibrios ecológicos de la Tierra ”.
Se recuerda que ya en los
años setenta hubo gente del mundo de la ciencia que apuntó “señales de alarma”
teniendo en cuenta las tendencias de crecimiento demográfico y económico. Y se
expresa con rotundidad que “hoy se acumulan las noticias que indican que la vía
del crecimiento es ya un genocidio a cámara lenta”.
Se advierte de “mantras
cosméticos del desarrollo sostenible”, de “la mera apuesta por tecnologías
ecoeficientes” o de “una supuesta ‘economía verde’ que encubre la
mercantilización generalizada de bienes naturales y servicios ecosistémicos.
Las soluciones tecnológicas”. Se apunta a que “la crisis ecológica no es un
tema parcial sino que determina todos los aspectos de la sociedad:
alimentación, transporte, industria, urbanización, conflictos bélicos…”. Y se califica
a nuestra cultura como de “tecnólatra y mercadólatra”.
Por eso se habla de la
necesidad de “construir una nueva civilización capaz de asegurar una vida digna
a una enorme población humana (hoy más de 7.200 millones), aún creciente, que
habita un mundo de recursos menguantes”. Se plantean cambios radicales “en los
modos de vida, las formas de producción, el diseño de las ciudades y la
organización territorial: y sobre todo en los valores que guían todo lo
anterior”. Y se apunta la necesidad, en suma, de “una sociedad que tenga como objetivo
recuperar el equilibrio con la biosfera, y utilice la investigación, la
tecnología, la cultura, la economía y la política para avanzar hacia ese fin”.
Para poder conseguir estos
objetivos se señala que hay que tener en cuenta dos grandes obstáculos: “la
inercia del modo de vida capitalista y los intereses de los grupos
privilegiados”. No obstante, no se olvidan las movilizaciones sociales y políticas
habidas en nuestro país durante los últimos años. Por ello se hace alusión al
15M, que ha supuesto un “despertar de dignidad y democracia” y a la vez “está
gestando un proceso constituyente que abre posibilidades para otras formas de
organización social”. Se advierte, no obstante, que hay que evitar “las recetas
del capitalismo keynesiano”, responsables durante decenios de la situación insostenible
que estamos viviendo.
Al final del manifiesto se
hace una consideración sobre el siglo XXI, del que se dice que “será el (…) más
decisivo de la historia de la humanidad”. Se reconoce que existen en el mundo numerosos
movimientos de resistencia “en pro de la justicia ambiental”, pero se expresa
con rotundidad que “a lo sumo tenemos un lustro para asentar un debate amplio y
transversal sobre los límites del crecimiento, y para construir
democráticamente alternativas ecológicas y energéticas que sean a la vez rigurosas
y viables”.
Todo ello, en fin, para conseguir
una “sociedad solidaria, democrática y en paz con el planeta”.