Anoche estuve viendo en La Tuerka una entrevista al
economista y ambientalista chileno Manfred Max Neef. Persona con una
trayectoria dilatada, recibió hace tres décadas el premio Right Livelihood Award,
conocido como premio Nobel alternativo. El motivo de su estancia en España es la
presentación de su libro La economía desenmascarada.
Mientras contestaba a las
preguntas tuve la sensación de que era un hombre sabio, a lo que une la
experiencia vital con su presencia en numerosas situaciones, países e instituciones.
Fue muy rotundo en negar el carácter científico de la Economía y más todavía
cuando hay personas de ese campo que buscan encuadrarla dentro de las “ciencias
duras”. No tuvo empacho en decir que sus gurús, insertos de lleno en el
pensamiento neoliberal, lo único que hacen es inventarse explicaciones ante los
fracasos sonados de sus planteamientos y predicciones. Fracasos como el hambre,
el paro, la explotación de las personas, los desahucios, la agresión a los
ecosistemas y tantos otros. Se refirió por ello a la externalización en los
costes de producción, donde la economía dominante elimina del valor los costes
ambientales. Por eso identificó la economía actual con la crematística, donde
el dinero lo encubre todo. Un dinero, además, que está inflado a través del cúmulo
de operaciones especulativas que no cesan y que controla una minoría. Se refirió
también a las muertes que en general ocasiona el sistema capitalista, superior
incluso al de las guerras, y que provoca de muchas formas, como el hambre, la ausencia
de servicios sanitarios o las enfermedades derivadas de numerosas acciones
perjudiciales. Los suicidios los relacionó directamente con este sistema, por tratarse
de asesinatos, producto de la desesperación de la gente cuando se le impide
poder seguir viviendo.
Max Neef defiende una economía
al servicio de la gente, para que su puesta en práctica permita la permanente
redistribución de los bienes y servicios. Eso le llevó a deslindar los conceptos
de crecimiento y desarrollo. El primero, como una forma de producir más, sin
sentido, para estimular el consumo, y con él, a la vez, el enriquecimiento de
quienes controlan la producción y la agresión a la naturaleza. En cuanto al
desarrollo lo entiende, por el contrario, como la forma de adquirir lo
necesario para vivir dignamente. Desde esta perspectiva dijo que los países más
ricos ya han llegado al límite del crecimiento, mientras que el resto necesita
aún seguir desarrollándose. Lo que no tiene sentido es que existan -puso como ejemplo- cientos de
tipos de champú cuando con unos pocos bastaría.