miércoles, 23 de julio de 2014

Un cuarto de siglo después





























El año pasado tuvo lugar en el instituto Trafalgar un encuentro de quienes han ido pasando por el centro desde que en 1969 se fundara. Hubo mucha gente, en su mayoría de Barbate, pero también de Vejer, pues hasta finales de los ochenta el Trafalgar también lo fue de ese pueblo. Quienes lo organizaron lo hicieron coincidir con el 75 aniversario de la constitución del Ayuntamiento de Barbate, allá por 1938. En mi caso, como a otras personas, me pidieron que interviniera. Y así lo hice. Preparé para ello el texto que a continuación aparece, pero, en vez de leerlo, porque no lo vi adecuado en ese momento, preferí hablar basándome en él. No sé por qué no lo publiqué en su momento, pero ahora, al reencontrarme con él, he tomado la decisión de hacerlo. Al fin y al cabo sigue teniendo vigencia. 

"Llevo como profesor en Barbate desde 1989. Antes estuve en otros pueblos de Andalucía (Rute, Córdoba, en la Subbética…;  El Rincón de la Victoria, Málaga, en la Costa del Sol...). Y antes de todo esto, en Málaga y, por supuesto, en la ciudad donde nací y estudié, Salamanca, con la que me mantengo unido a través de un cordón umbilical de recuerdos y presencias.

Llegué a este pueblo sin saber cuánto tiempo iba a estar, pero el caso es que ha pasado un cuarto de siglo y aquí sigo. Junto a la costa Atlántica. Mirando al otro continente. Y no exagero. Llevo años en que casi cada día cojo mis bártulos de trabajo y me dirijo hacia el Paseo Marítimo, en un rodeo intencionado que acaba llevándome hacia el instituto. Años en que, con frecuencia, voy y vengo pisando la arena de la playa, junto al agua. Resulta reconfortante. Como lo es vivir en un lugar privilegiado de la naturaleza, a pesar de los peligros que nos acechan o de los problemas que su realidad social nos depara. Pero la vida humana se muestra así y lo ha hecho a lo largo de su historia.

No sé cuánta gente joven ha pasado por mis aulas - ¿en torno a 2.000 quizás?-, pero, en todo caso, bastante. Desde hace poco voy viendo, incluso, cómo van llegando hijos o hijas de quienes di clase años atrás. De una u otra manera cada año les vengo a decir que la vida es un permanente aprendizaje. Que ocurre desde que nacemos en la familia. Que luego, también, lo hacemos entre amigos y amigas, en los centros de enseñanza, en los medios de comunicación, en los viajes... Aprendemos de lo que vemos y sentimos, de nuestros aciertos y errores, y, por supuesto, del tiempo que dedicamos a leer, estudiar... Ante todo busco una máxima: comprender desde la razón, no desde las creencias y las supersticiones. Una forma de poder ir mejorando y, como personas que nos relacionamos, mejorándonos.

No sé tampoco el número de profesores y profesoras con quienes he compartido sala, reuniones, anhelos, discusiones… La mayoría se ha ido a otros lugares. Se fue gente entrañable para mí, como Consuelo, con quien llegué desde Málaga. O, por supuesto, Mariano, Paqui o Montse, cómplices, junto a Mª José, Luis o Joaquín, urdiendo aventuras por las mujeres, el arte, la paz, Alberti o lo que fuera surgiendo. Una parte pequeña se ha ido jubilando. Empezó el otro Mariano; luego le siguió Victoriano; después, Joaquín y Abelardo; más tarde, Antonio, María, Diego, Ignacio y Manolo; y en lo reciente, José Miguel y Mª José. Unos poquitos, por desgracia, se nos han ido para siempre: Fernando, Javier, Esteban, Rafael, Luis –el compañero, el hermano, el amigo-, el otro Rafael y me acabo de enterar que Pablo.

De cuando llegué sólo quedan dos: Leo y Mari Carmen. Tres somos, pues, los restos de los años 80. De la década siguiente siguen Isabel, Vicente, Antonio, Beli y Marta, y hasta un vestigio de entonces ha tornado –creo- para quedarse: Ramón. Del tránsito al nuevo siglo están Isidoro y Agustín, y de las nuevas caras que han ido llegando, una de ellas, la de una antigua alumna: la otra Mª José. Y como este acto pretende recordar los lazos que unieron a dos pueblos en torno a un instituto, dos profesoras lo ilustran mejor que nadie: Mª Ángeles, de la última hornada vejeriega en el “Trafalgar”; y Olga, de las primeras en el “La Janda”. Es el paso del tiempo. El mismo que pende sin remisión".

(Barbate, 10 de mayo de 2013)