Estamos asistiendo a una ofensiva imperialista sin precedentes. Es cierto que con ello EEUU y sus aliados tienen abiertos más frentes que nunca, pero de momento están teniendo cierto éxito. Lo ocurrido en el norte de África, en Siria, recientemente en Ucrania y, de nuevo, en América Latina son muestras de la ampliación de frentes. Representan, no obstante, situaciones con naturaleza distinta.
Parece como si el haber cedido en la presión sobre Irak y Afganistán, e incluso sobre Irán, esté dando paso a nuevos escenarios de conflicto. El ucraniano está en plena ebullición, si bien el imperio dispone de un freno potente como lo es Rusia. La novedad se encuentra en América Latina, el viejo patio trasero, donde EEUU ha redoblado sus esfuerzos de intervención. En un primer momento es Venezuela el país donde se están centrando más, haciendo uso de una verborrea pseudodemocrática para legitimar el discurso y las acciones de la oposición. La vía insurreccional, protagonizada por determinados sectores sociales (acomodados, claro), ha sido la elegida en esta ocasión para forzar una respuesta del estado que acabe deslegitimándolo.
Pero ha sido hace un par días cuando ha surgido un nuevo frente: El Salvador. El pequeño país centroamericano, que ya pagó hasta hace dos décadas un precio de sangre muy elevado, empieza a sufrir un acoso que no nos debe extrañar. La victoria electoral del FMLN, aun apurada, ha sido reconocida por diversos organismos supervisores latinoamericanos e incluso por la propia OEA. Pero no así lo ha hecho la derecha, representada por ARENA, que habla de fraude electoral. ¡La derecha hablando de tal cosa! La cosa acaba de empezar en El Salvador, repito, por lo que nos esperan unos días de tensiones y sorpresas. Desde el gobierno de EEUU no se ha hablado todavía, pero ese silencio huele a algo malo. Hoy he oído mencionar a los militares en boca de un dirigente de ARENA. El partido de los escuadrones de la muerte.