Levante en las marismas
Sopla hoy el levante. No voy a caer en el determinismo de que confiere carácter a la gente del lugar, pero a veces se las trae. A veces ha traído la muerte a quienes han hecho de la mar su medio de vida. En todo caso es un viento singular. Al otro lado de las montañas, en el barlovento del Campo de Gibraltar, el cielo se nubla. A veces descarga, lo que enciende de frondosidad las laderas y sus valles escarpados. Aquí, encajado en el embudo del Estrecho y al sotavento, el viento toma mayor velocidad, sopla racheado, templa las temperaturas y mantiene seco el ambiente. Ese efecto con nombre alemán. Esta mañana lo he sentido en las marismas del Barbate. Me gusta pasear por el camino serpenteante que las recorre, flanqueado por el Retín, al este, la Breña y Buenavista, al oeste, y Montenmedio, al norte. Es un sano y bello ejercicio. No lo transita mucha gente, aunque nunca está solo. Hay tranquilidad. El lodo del río siempre acoge a mariscadores de coquinas o a lanzadores de nasas para atrapar cualquier especie. Me han acompañado como siempre estorninos, calandras, buitrones, gaviotas, garcillas y, de vez en cuando, cormoranes, que vuelan sin cesar o que retozan en el agua. La misma que hoy se mostraba sucia en sus orillas. Sospecho que proveniente del polígono de El Olivar. Un contrasentido que un nombre tan hermoso se asocie a lo que ensucia la belleza de la vida. He saludado al hermano de Ramón, que faenaba con sus nasas. Familia de mariscadores. Su modo de vida. Depredadores de la marisma, pero sin destriparla.