La primavera árabe acabó. Al menos, por ahora. Después de que las aguas hayan vuelto a su cauce en Egipto y Túnez -con el acceso al gobierno de partidos confesionales islámicos-, Yemen o Baréin, que se esté creando un "estado fallido" en Libia, y que en Siria se esté encasquillando la guerra, parece que ha entrado el turno del gigante del Próximo Oriente. ¿Está pasando lo mismo en Turquía? No, en la medida que las revueltas árabes de hace dos años surgieron contra gobiernos autoritarios no confesionales, mientras que en Turquía lo ha hecho contra el gobierno de un partido confesional. Aunque resulta evidente que la islamización de la sociedad turca va en aumento, también lo es su integración en el sistema económico neoliberal internacional. El Partido de la Justicia y el Desarrollo de Erdogán representa esa síntesis. El apoyo popular que recibe proviene del mundo rural y sectores populares de las ciudades, donde la religión juega el papel de argamasa ideológica. Mientras el gobierno contenta a esos sectores con medidas islamizadoras de baja intensidad, aplica a su vez otras como la restricción del gasto público, el control de los salarios o la desregulación financiera.
La chispa que ha provocado la actual situación es en sí misma altamente simbólica y es que en la plaza Taskim, epicentro de la revuelta, se pretende construir un centro comercial y una mezquita. Capitalismo y religión al unísono. El otro día leí el artículo de Ian Buruma "Las paradojas de la democracia", cuyo título resulta revelador de su contenido. Plantea la contradicción existente entre el apoyo electoral del actual gobierno turco y su carácter no liberal. Matiza el componente de quienes se están manifestando contra el gobierno, donde confluyen sectores sociales, políticos y hasta religiosos muy diversos, cuando no antagónicos. Señala el autoritarismo creciente de Erdogán, quien no está dudando en hacer un uso desproporcionado de la fuerza y de la censura en la información. Por eso habla de paradoja. Como existe en todo. En todo caso, se trata de una pieza muy valiosa en el tablero geoestratégico. Sus poderosos aliados -EEUU e Israel, sobre todo, y la Unión Europea, en menor medida- todavía no se han pronunciado. Pero lo harán.